Javier Gragera G. | 08.07.2016
Una enorme pantalla funciona como telón de fondo del escenario. En ella, lo que sucede en escena se replica, aportando un simultáneo punto de vista que provoca cierto desconcierto en el espectador. Es difícil saber hacia donde uno debe mirar, obligando al público acostumbrado al teatro tradicional a salir de su zona de confort. ¿Debemos dirigir nuestra mirada hacia la acción que desarrollan los actores de carne y hueso sobre el escenario? ¿O más bien debemos prestar atención a ese espejo virtual que duplica y traduce en imágenes digitales lo que se nos está contando?
Filoctetes, una revisión del texto del dramaturgo John Jesurun, fue la obra que inauguró el Festival Sótano 2, organizado por el Teatro de la Universidad del Pacífico, que presenta en estreno absoluto el trabajo de cuatro reconocidos directores en el ámbito de los lenguajes escénicos contemporáneos. El Grupo Lot Perú, con Carlos Cueva a la cabeza, han sido los artífices de esta adaptación de una de las piezas más representativas del teatro experimental a nivel mundial. Filoctetes es una dramaturgia compleja y compacta en el discurso de lo metafórico que aborda el tema de la exclusión y el abandono al que muchas veces se ve enfrentado el individuo en la sociedad actual. John Jesurun presentó en 1993 esta revisión contemporánea del clásico griego escrito por Sófocles, y lo hizo a petición de su amigo y actor Ron Vawter, quien por aquel entonces estaba gravemente enfermo de sida. Según palabras del propio Jesurun, Vawter se sentía identificado con el héroe griego que, tras mordido por una serpiente, es abandonado a su suerte en una isla desierta al no ser apto para la guerra. “Lamentablemente -recordó Jesurun en una reciente entrevista- Ron murió sin poder hacer la obra”.
Para abordar el texto de Jesurun, que se centra en el mito de Filoctetes como premisa argumental para contar una historia fragmentaria y profundamente desconsoladora, Carlos Cueva hace que converjan sobre el escenario el video arte y la puesta en escena. Por momentos, la narración se distancia por completo del momento vivo del teatro para proyectarnos escenas filmadas en la estación de tren de Eten, en Chiclayo. Es una historia fuera y dentro del teatro, y que coquetea continuamente con el lenguaje de lo cinematográfico (lo registrado en diferido) y de lo televisivo (lo filmado en vivo). La cámara se convierte así en un protagonista más de la historia.
En su conjunto, más allá de ciertos errores técnicos durante la puesta en escena, este trabajo escénico se sustenta en lo cautivante de un lenguaje multidisciplinar y en un trabajo coral bien armado, donde cada individuo parece haber sido despojado de su condición de unidad para formar una suerte de ejército de espectros que anda tras los pasos del héroe moribundo. No hay vigor palpable ni en sus voces ni en sus acciones, que muchas veces se solapan unas a otras armando un único discurso colectivo. En el Filoctetes del Grupo Lot Perú, la lírica y lo heroico de la tragedia griega ha sido traducida por autómatas, o tal vez por sujetos programados que andan a la deriva en un entorno virtual y deshumanizante.
Soplo, la nueva propuesta de Karin Elmore
Tras Filoctetes, el turno le tocó a Karin Elmore, quien presentó su último trabajo escénico: Soplo. Una vez más, Karin Elmore esgrimió las armas del lenguaje corporal para armar una puesta en escena de fuerte carácter narrativo. En Soplo, la danza es un elemento que permanece todo el tiempo en suspenso, como una posibilidad que nunca acaba de concretarse. Más bien hay una intención más explícita de contar una historia, o de trasmitir una idea, que la de armar una coreografía en un sentido más tradicional del término.
Según el texto de presentación de la obra, "Soplo es una experiencia escénica, sensorial y estética sobre Lima y sus paisajes interiores y geográficos”. Esta pretenciosa premisa resta validez a un título que sin embargo funciona de manera orgánica si le imprimimos una lectura más universal. ¿Para qué encorsetar con límites geográficos o especificaciones socioculturales una puesta en escena que perfectamente podría versar sobre el ser humano en su conjunto, y no sobre los habitantes de una ciudad concreta?
En este sentido, Soplo se puede interpretar como una toma en asalto del espacio. Los actores-bailarines orquestan una acción colectiva que queda estrictamente marcada por la frontera de una bambalina ubicada como telón de fondo del escenario, y que se convierte en límite y separación entre lo que se muestra, lo que se intuye y lo que se le niega al espectador. Es en ese espacio fronterizo donde reside la principal zona de conflicto de la puesta en escena, y donde sus actores-bailarines están forzados a debatirse por permanecer de manera permanente en la esfera de lo íntimo y seguro o, por el contrario, dejarse arrastrar hacia el espacio abierto, mutable y mestizo de lo público y multitudinario. Entonces uno piensa fácilmente en la idea de ciudad; una ciudad que, según Karin Elmore, es en este caso Lima, pero que podría ser también cualquier otra ciudad del mundo.
Con estas dos propuestas multidisciplinarias, el Festival Sótano 2 ha llegado al meridiano de su programación. A partir de ahora el testigo pasa a manos de Guillermo Castrillón y Diego López, quienes presentan La vendedora de fósforos (del 8 al 11 de julio) y La rebelión de los conceptos (del 15 al 18 de julio), respectivamente. Dos oportunidades más para ser testigos de dramaturgias que encuentran en la experimentación un subterfugio posible para contar una historia en vivo. Otro teatro también es posible en Lima.
+ info: Festival Sótano 2
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