Rodrigo Ahumada | 08.03.2025

Escrito por aquellas mujeres que están en mi vida
Por el Día Internacional de la Mujer es necesario que desde nuestro frente cultural podamos difundir la voz de escritoras, la mirada de cineastas, los colores de artistas, los ritmos de cantantes y en general ser vitrina para todas las artistas y mujeres exponentes de la cultura de nuestro país y del mundo.
Pero este año no quise hacer un recuento literario o artístico que estoy seguro otros medios lo harán. Esta vez quiero hacerme a un lado para darle espacio a las mujeres de mi vida y que ellas se expresen.
Cuando hablo de “mujeres de mi vida” pienso que no se debe reducir a las mujeres que he amado de manera romántica. El concepto lo entiendo de manera más amplia, las mujeres a las que me refiero son aquellas referentes que han habitado junto a mí estos 34 años: madre, hermana, tías, primas, amigas.
A cada una de ellas les pedí que me hablen de su relación con la cultura, desde una canción, un libro, una película, un viaje, lo que sea, y quedé conmovido y sorprendido por la diversidad de contenido que he recibido. De cómo sus sentimientos van de la mano de una manifestación artística. Con mucho amor y cariño por ellas comparto cada uno de sus textos y que su voz sea siempre escuchada y leída.
Esto es para ellas.
Amelita
Corría el año 1967 y en casa siempre había Selecciones para nosotros los hijos y Vanidades para mi madre y era mi padre quien las compraba. Un día revisaba las Vanidades y me detuve en una página que comentaba sobre la película Cumbres Borrascosas, al leer me imaginaba ese amor apasionado y quedó dentro de mí lo leído y que somos capaces de emitir emociones tan poderosas y a veces oscuras frente al amor. Pasiones que te llevan a realizar acciones que luego te arrepientes. Ese amor obsesivo que no te lleva a nada bueno. Y también que la influencia social, hasta ahora influye en la decisión del amor. “No puedo vivir sin mi vida, no puedo vivir sin mi alma”
El amor no tiene edad a mis 67 años tengo que disfrutar al máximo cada día, conociéndome mas , admirarme y reencantarme a diario. He aprendido a brindar emociones poderosas y tengo ilusión por la vida sin temor a la soledad. Mi amor propio me ayuda a realizar un mejor trabajo, a conservar a mis amigos sin competir con nadie y mantener una mentalidad de crecimiento y estar al día en mi autocuidado. Leyendo, caminando, comiendo sano.


Cumbres Borrascosas de William Wyler (1939)
Mi tía Checho
Querido Rodrigo,
LAS MUJERES DE MI VIDA
Y YO SOY PARTE DE LA TUYA
TUS PALABRAS SON MÚSICA PARA MIS OÍDOS, HONOR QUE ME HACES.
Toda canción que tengan el compás o el ritmo que exprese
Arte, Jovialidad, Creatividad. Que realce lo natural, lo especial, lo mágico.
Desde una Marinera, Festejo,
Pasando por Valses llegando hasta
Un Take on me de AHA
Un Everybody Wants to Rule the World de Tears for Fears
Un Sussudio de Phil Collins
Un A un minuto de ti
de Duncan Du
Un I Want You Back
de Jackson 5
Don’t stop ‘til to Get Enough de Michael Jackson,
Estos beats activan mis sentidos.
Los chicos se motivan con el
Compás o el Ritmo
SINCRONIZA, SINTONIZA, ALINEA, ARMONIZA
para realizar actividades en general con actitud de júbilo.
Enciende nuestro empezar diario con un
Buen Ser y Buen Sentir.
Los SENTIDOS y los VALORES
ha sido un gran aporte en esta aventura de vivir en otro país.
Una cosa es oír otra cosa
es escuchar
Una cosa es ver otra cosa
es observar
Una cosa es oler otra cosa
es olfatear
Una cosa es probar otra cosa
es degustar
Una cosa es tocar otra cosa
es palpar
ESCUCHAR,OBSERVAR ,OLFATEAR, DEGUSTAR, PALPAR
es MÚSICA PARA EL ALMA
es un ACTO DE AMOR
DE DEDICACIÓN, ESPACIO, TIEMPO, VOLUNTAD, COMPROMISO, SILENCIO.
Practicarlo es una constante hasta el día de hoy porque no es negociable a partir de esta fundación, respetar tu origen y raíces. Esto nos ha permitido dar la bienvenida a lo “NUEVO” para ser ASIMILADO, ADAPTADO Y TRANSFORMADO.
Maru
Mis primeros recuerdos de música de mi mami era Siboney que cantaba Xiomara Alfaro. A ella le gustaba siempre escuchar música a pesar que ya tenía varios hijos. El pasillo también escuchaba, era música ecuatoriana que yo recuerdo siempre. En Chepen había una emisora que se escuchaba creo que en todo el pueblo. Además, mi mami tenía sus discos creo de 33, los grandes, tenía su buena música.
Yo recuerdo de niña que hubo una fiesta en casa de mi abuelita Matea y escuché Maringa de Leo Marín y se me quedó grabado hasta hoy.
La canción Reloj, cuando era niña la escuché y me gustó, luego ya en primero de secundaria, interna en Chiclayo, una amiga tenía su tocadiscos y escuché Natalí desde ahí quería ir a Rusia, ya ahora es imposible.
En mi adolescencia siempre Leo Dan, Tengo el Corazón Contento. Como ves siempre fui muy romántica y creo que solo yo lo sé.
Marujita
Abdel Kader de Rachid Taha, Faudel y Khaled. Esta canción la conocí cuando vivía en Berlín alrededor del año 2002. Berlín siempre estaba llena de música de diferentes partes del mundo, esa época me enseñó de música de diferentes culturas. Es una canción que me hace vibrar cada vez que la escucho, me llena de energía, me pone de buen humor y me pone a bailar.
Hace un tiempo escuché que era bueno que las mujeres se levantaran por la mañana y bailen y muevan las caderas hasta lubricarlas para liberar la rigidez y tensión luego de dormir. En las caderas hoy sabemos que se acumulan las emociones y bailar ayuda a liberar esos bloqueos y yo estoy muy entusiasmada con liberar todo lo que me bloquea jajaja. Bailar me conecta conmigo misma :) Por estos días vengo escuchando esta canción que si bien es un himno de la música raï (Argelia) haciendo referencia a Abdel Kader, líder argelino que luchó contra la colonización francesa también refleja una conexión con el sufismo, enfatizando la búsqueda espiritual y el amor divino. Me fascina como suenan los tambores marcando el ritmo, los violines creando una atmósfera dramática y teniendo un ritmo para mí, hipnótico.
Katya
Yo crecí viendo el Mago de Oz en la televisión del cuarto de mi mamá y creo que fue la película que inició con mi pasión por los musicales. Cuando era chiquita y recién estaba aprendiendo inglés, las canciones de esta película eran de lo más fáciles de aprenderse y con un ritmo tan pegadizo que era difícil no estar a la mitad de mi día e ir cantando Follow the yellow brick road o We are off to see the wizard. Siento que es una película que marcó mucho mi infancia y eso hace que cuando vea Wicked (el musical que cuenta la historia de cómo la bruja mala se convierto en bruja) me mueva demasiado, hasta ponerme la piel de gallina.
La sirenita es una de mis películas favoritas hasta la actualidad, pero cuando era chiquita, mi canción preferida siempre fue Bajo del mar. Me la sé en español e inglés, pero es de las pocas canciones de Disney que prefiero en español porque me hace acordar a cuando era pequeña y la cantaba todo el día on repeat, y hasta hay un audio mío de cuando tenía entre 3-5 años cantando esa canción en inglés, con una voz súper dulce y con un inglés poco entendible, pero demasiado tierno.
Cuando era pequeña, la mayoría de los días solíamos ser mi mamá y yo contra el mundo, y ahora que soy tía, me doy cuenta de la cantidad de energía que necesitas para entretener a una bebé. Pero mi mamá siempre fue más inteligente y me compraba mis audiolibros de la Miss Rossy, esos que vendían en los periódicos y venían con el libro de dibujitos y el CD para escuchar como la Miss te narraba las historias (siempre fui fan de los cuentacuentos). Era fácil, mi mamá ponía el audiolibro, me sentaban en una banquita de madera en la cocina, al costado del radio, y mientras yo estaba de lo más feliz escuchando cuento tras cuento, mi mamá aprovechaba en limpiar o cocinar conmigo de compañía. Hoy en día es difícil coincidir para acompañarla mientras cocina o para ayudarla, pero siempre que tenemos esos momentos, me hace acordar a las canciones o voces que hacía la Miss Rossy.
La película de Hannah Montana definitivamente fue parte de mi infancia. Recuerdo cuando salió, mis hermanos no eran todavía jóvenes adultos, sino a punto de serlo y yo no era tan pequeña, entonces ya podíamos compartir ciertas cosas en común y definitivamente la película de Hannah Montana fue una de esas cosas. Por un lado, Raúl, todo tecnológico porque estábamos con la moda de los DVDs y las películas, me descargo la película en un CD para yo poder verlo siempre que quisiera. Por otro lado, con Lais, recuerdo cómo nos aprendíamos el baile de Hoedown throwdown desde nuestro cuarto, obvio a ella le salía mejor que a mí, pero yo hasta ahora, con 22, me sé el baile como si hubiera sido ayer.

El mago de Oz de Victor Fleming (1939)
Yolanda
Nunca fui de tanto leer, lo básico del colegio y universidad, pero con tu tío Víctor cambio mi vida culturalmente y musicalmente. Él era un hombre muy culto en todas las materias.
Siempre me gustaron las baladas y desde joven adoraba la música de Rafael. Con mi esposo empecé a escuchar trova cubana, siempre me cantaba temas de Silvio Rodríguez y Pablo Milanés. También Facundo Cabral y muchos más.
Con él leímos El Amor en los tiempos de cólera, El coronel no tiene quien le escriba. De Vargas Llosa también, él no tenía preferencia de un autor, leía de todo y conversábamos horas tras horas con tus primos después del almuerzo, era cosa de todos los días, y preguntaba como si él fuera el profesor y teníamos que estar atentos.
Amaba mucho su cultura Tarmeña, que calo mucho en mi Verona y Luis, que hasta ahora escuchan y automáticamente salen sus lágrimas. Era tan sonriente y alegre tu tío Víctor que aprendí a ver la vida de otra forma. Vivir, hacer lo que tú quieres y ser feliz.
Él siempre me cantaba, Si ella me faltará alguna vez de Pablo Milanés, y qué irónica es la vida, él se fue primero.
En la mesa siempre nos unión la comida norteña y Tarmeña, porque él preparaba sus pachamancas, unía a la familia y recordaban y nos enseñaba lo valioso que es la familia en unión y amor. Mis hijos y yo aprendimos mucho de sus raíces tarmeña.
La canción Yolanda me recuerda mucho a tu tío, a mis hijos en Chimbote y cuando me llevó de sorpresa a ver a Silvio Rodríguez y Pablo Milanés, aprendí mucho de sus sentimientos y el amor inmenso a sus hijos.

Pablo Milanés y Silvio Rodríguez
Riti
Me encanta escuchar diferentes tipos de música, ya que con cada canción vivo muchas etapas de mi vida. Desde los pasillos ecuatorianos, que me hacen recordar a mi niñez en Chepén, hasta música inglés, que si bien no sé qué dirán por no saber el idioma, las sensaciones que me dejan me permiten sonreír.
Cada etapa de mi vida ha ido acompañada de un género en particular. Sumado a lo relatado, Juan Gabriel me encantaba, tanto así que mi hijo cuando era un niño, desde que se enteró que venía a Lima ahorro cada sol que tuvo en sus manos para comprarme una entrada. Bryan Adams fue un tierno acompañante en un viaje a Europa con mis hijos y sobrina.
Por otro lado, Los Kjarjas me recuerdan a mi esposo fallecido, y en ese trance tan difícil, tuve mejor compañía: música clásica, Pavarotti y sus amigos me permitían olvidar.
La música son momentos, recuerdos sin preocupaciones. Si te permites escuchar puedes imaginar, sentir y volver a vivir.
Los Kjarjas
Malu
Cuando pienso en Cultura, pienso siempre en ese intangible qué nos define como sociedad, como personas. Es el reflejo de cómo nos comportamos, cómo hablamos, cómo nos relacionamos. La vivimos en nuestras tradiciones, rituales, celebraciones. Engloba lo que somos y también lo que queremos ser. Si vuelvo en el tiempo a un momento/evento “cultural” que siento me marcó, es sin duda el mundial de fútbol del 94. No recuerdo algo que, a mis cortos 7 años, haya generado en mí tantas emociones, que hoy asocio con felicidad.
El origen de mi interés es influencia de mi papá y mis hermanos. Al ser la única hija mujer casi que por obligación todo giraba en torno a las preferencias de mis hermanos, entre ellas el fútbol. Si bien mis primeros recuerdos del deporte son flashbacks de ellos tres jugando con una pelota y dos piedras a modo de arco, ver los partidos del mundial, hinchar por un equipo, emocionarme con 11 extraños, aprender reglas del deporte, le dieron un color distinto a mi vida. Con el paso de los años, se fue acentuando el gusto, y me convertí en la adolescente de 13 años que escribía sus ensayos del colegio inspirada en historias sobre el Real Madrid, que leía todos los días el Bocón, que soñaba con entrar a un estadio, que coleccionaba imágenes de futbolistas, y que recitaba las alineaciones, como los departamentos del Perú.
Los años siguieron pasando, y empecé a notar que ese gusto me hacía diferente a las demás jóvenes, y que mientras para algunos era mostro tener a una amiga que sepa de fútbol, para otros era raro y hasta inválido, porque era mujer y eso no se espera de mí. Cuando elegí mi carrera, era soñando ser periodista deportiva, sueño que dejé en el camino por ideales distintos, pero tal vez por un miedo oculto. Tuve la oportunidad de cumplir ese sueño, por una corta temporada, ya con otras responsabilidades y a modo de hobbie. Solo recordar esos momentos me sacan una sonrisa.
Durante esa experiencia, mi miedo más grande era que invalidaran mi voz solo por ser mujer. Exponerme a redes (que felizmente no eran lo que son hoy) y ser descalificada por extraños, que preferirían que me meta a la cocina. Después de un año en esa faceta, no recuerdo ni un solo comentario de ese tipo. Sé que tiene que ver con mis capacidades, pero también creo que tuve suerte. Hasta hoy puedo ver a grandes profesionales de ese rubro, siendo minimizadas con la excusa de ser mujeres, cuando lo que realmente incomoda es simplemente que sean buenas en lo que hacen. Lamentablemente hasta hoy, siendo el 2025, tenemos que convivir con estereotipos y etiquetas que se nos asignan por nuestro género. Nos quieren dictar cómo ser, qué decir, cómo vestirnos, a quién amar, como si no tuviéramos capacidad de discernir.
Veo a tantas mujeres de distintos rubros desafiando “las reglas”, alzando sus voces, contribuyendo al cambio, que me llegué a preguntar si no debería cumplir un rol más protagónico en esa historia. Con el paso del tiempo aprendí que ya lo tengo, como lo tenemos todos, cada uno desde nuestra tribuna y en el día a día. Así como la madre de familia que saca adelante a sus hijos, la profesional que la rompe en su carrera o la emprendedora cuyo negocio crece cada año más. Aprendí también que ese camino se ha venido construyendo hace mucho tiempo. En mi caso, mis abuelas, mi madre, mis tías, cada una a su manera influye en la mujer que soy hoy y en la que quiero ser para las siguientes generaciones. Hay mucho partido por jugar todavía, pero hasta que no suene el pitazo final, hay que dejarlo todo en la cancha.
Luisa
Hay una canción que siempre me conmueve y llena mi corazón de alegría, se llama Gracias a la Vida de Violeta Parra. La escuché por primera vez cuando era adolescente, sin entender del todo su significado. Con el pasar de los años, cada verso ha cobrado un nuevo sentido. Me hace recordar momentos muy felices y también los difíciles, pero sobre todo, me invita a replantearme como mujer.
Siempre damos por sentado que tenemos: la voz para hablar, los ojos para ver, el amor que nos rodea, etc. Sin embargo, esta canción tan sublime, me replantea que soy una mujer que ha resistido con la frente bien en el alto a las adversidades de la vida, con la certeza de haber seguido adelante con esperanza y mucho amor. Esta bella y profunda canción ha sido siempre un himno de fortaleza que, cada vez que la escucho, me hace mirar mi vida con otros ojos. Me siento muy orgullosa y bendecida de ser lo que ahora soy, orgullosa de haber cumplido bien mi rol de madre, esposa y ahora abuela.

Violeta Parra
Mi tía Lucita
Las canciones de Javier Solís, me recuerdan mi niñez en CHIMBOTE. Me gusta la Pollera colorada, la salsa de Oscar de León, Rubén Blades, que empecé a escuchar cuando entré a trabajar en la ETE en 1975. Este año estoy cumpliendo mis Bodas de Oro Laborales. Me encanta también el GRUPO CINCO, para divertirme y bailar.
Tengo muchos recuerdos. Le doy gracias a Dios, a mis padres y familia, de tener una vida tranquila y haber disfrutado con lo yo he querido, el golpe fuerte fue la pérdida de tu abuelito Lucho, pero me reconforté, porqué hice por él, todo lo humanamente posible, para que estuviera estable en sus años que nos necesitaba y también por eso agradezco a la ETE, que me dio todas las facilidades del caso, por eso me siento en paz.
Melina
Hace casi tres años que vivo a dos aviones de Lima, a más de 28 horas de distancia de mi casa. Y a 15 horas de diferencia horaria con Perú. Aquí, tengo que hablar en inglés, pero en español no saben lo inteligente que soy. El día que llegué a Sydney, estaba completamente sola, aunque en mi cuarto había seis personas más. Pasaron menos de dos meses y ya sentía que había "pagado derecho de piso". En otras palabras, ya podía exigirle al recepcionista que bloqueara mi habitación para tenerla solo para mí, tal como si estuviera en Lima, sin compartir.
No sé si alguien más podrá coincidir conmigo, pero independizarse e iniciar de cero no ha sido fácil, mucho menos en un país nuevo, donde solo recorrí las calles en Google Maps antes de llegar. El próximo mes cumpliré tres años oficialmente fuera. Mi DNI ahora dice 99 Main Street.
¿Será que un día el mundo se detuvo cuando yo me fui, o será que sigue igual sin mí? Un día spotify me sugirio esta canción que, sin saberlo, se convertiría en mi voz más honesta. Se llama Extranjera y es de Claudia Prieto. Desde la primera vez que la escuché, me sentí completamente identificada con la letra. Habla de esa sensación de ser "extraña" en un lugar que, a pesar de todo, intentas hacer tuyo. Esa nostalgia, esa mezcla de incertidumbre y aprendizaje, de encontrar tu espacio en un mundo que no siempre te entiende. A veces, siento que soy una extranjera en todo sentido, buscando pertenecer, buscando una forma de sentirme en casa, aunque esté a miles de kilómetros de distancia.
Y aunque aún me cuesta encontrarme completamente después de casi tres años, sé que cada paso me acerca más a la persona que quiero ser, una que, aunque extranjera, finalmente ha aprendido a sentirse en "casa". En este proceso de autodescubrimiento, reflexiono sobre el 8M, sobre todas esas mujeres que, como yo, desafían las fronteras, no solo geográficas, sino también internas. Mujeres que han tenido que aprender a encontrar su voz, a resistir en lugares donde no siempre se les entiende, pero que, a pesar de todo, siguen caminando hacia adelante, hacia su lugar en el mundo. No soy la única que ha dado el salto, algunas amigas como yo viven en el interior del Perú y otras fuera, sé que no soy la única que se siente extranjera en su propia vida.
Nachi
Desde que tengo memoria, la mesa llena de comida, compartir la comida y comer hasta que te duela la panza fue algo que caracterizó a mi familia. Esperar a que mi vieja trajera el plato rebalsado de milanesas, lo pusiera en la mesa y servirse hasta que quedara vacío. Nunca llegaban los platos ya servidos; lo exquisito era poder comer todo lo que uno quisiera, ser libre de su antojo.
Cuando íbamos a comer afuera y mi hermana y yo no podíamos más, todo iba a parar al plato de mi viejo. Mi mamá nos decía: “Dale a papá, él lo va a comer”, y así era. Nosotras siempre veíamos ese mismo final. En las reuniones familiares la pelea constante era con mi Abuela por no poder comer más de lo llenos que estábamos y ella se enojada ya fuera porque comíamos poco o porque entonces “no nos gustaba su comida”, después de haber pasado por un bufé delicioso de al menos diez platos diferentes.
En mi familia, la comida siempre tuvo mucho protagonismo: lo sencillo, lo rico, lo que llena. Esa comida simple, casera, sabrosa, pero que siempre tenía ese no sé qué, una magia, algo diferente que la hacía única y le daba la identidad de mi familia. Por alguna razón extraña, todos fuimos copiando ese estilo y nos fue saliendo natural.
De chica, yo decía: “¿Hoy comemos comida feliz?” cada vez que sabía que venía algo rico. Para mí, algo de la felicidad estaba ahí, entre otras tantas cosas. Ya no me parece tan extraño. Hoy en día sigo con ese mismo ritual. A eso tan simple siempre tengo que agregarle algo, porque sí, no hay mucha explicación.
Los que me conocen saben que cocinarles es una rara demostración de mi amor. Es decir, te quiero a través de la comida. En ese acto, que parece tan simple y cotidiano como compartir un plato, anida la singularidad de mi afecto. Es un aprendizaje propio, una sensibilidad en mis manos combinada con el olfato y la vista, que crean un tributo espectacular, digno de ser compartido.
En 2023, después de 15 años, nos reunimos los primos con sus hijos, de parte de mi papá. Caímos de sorpresa en la casa de mi abuela. Cada uno llevó algo para comer; muchas cosas se pusieron en la mesa directamente con el tupper, muy de mi familia. La mesa estaba repleta de comida, salado y dulce, y recuerdo que lo único que no podía dejar de ver era cómo todos comíamos de la misma forma: alabando la comida todo el tiempo, aplaudiendo, felices, dejando vacíos todos los platos, comiendo mientras hablábamos, cortando la medialuna en cinco porciones para compartirla, aun cuando había una docena de sobra. Cuando me fui, le dije a mi hermana: “No nos vemos hace 15 años, y en la mesa no hay duda de que somos de la misma familia. Los gestos, el modo de comer… quedé impactada”. Sin duda, nuestros ojos habían visto las mismas escenas una y otra vez, como un reflejo que nos moldeó sin darnos cuenta.
Entre muchas cosas, me enternece que en mi vida la cocina haya sido un latido constante, que la sienta como algo adquirido de forma natural, y que el aprendizaje sea eterno y continuo. Siempre logra asombrarme, desafiarme, me hace jugar y enciende mi inspiración. Me mueve algo adentro difícil de explicar, y eso es lo que me enamora: como esas cosas que no necesitan tantas palabras, sino más bien ser sentidas y experimentadas.
Belén
Me llamo Belén. Nací pesando casi 4 kg, y ese kilo extra fue alguna vez una sombra, pero también mi fuerza. Nací en mayo, y por eso también me llamo María.
A lo largo de mi adolescencia y adultez, he escrito muchos poemas sobre lo que significa, en el alma de una mujer, ser una mujer. A veces lo pienso como un río: fluimos, nos adaptamos, pero también erosionamos lo que nos intenta contener. Ser mujer es ser contradicción, un péndulo entre la delicadeza y la tempestad, entre la historia que nos precede y la que aún escribimos. Me gustaría decir que es un privilegio. Me gustaría no recordar ciertos infortunios sin preguntarme si ocurrieron simplemente porque soy mujer.
Pero tuve suerte: nací en el seno de un matriarcado. Mi abuela era raíz y ala, dulce y feroz en la misma medida. Su energía, sin que yo lo supiera, iba quedando impresa en mí. La veo en mis reflejos, en la forma de mis piernas, en la estatura de mi cuerpo, en la memoria de su voz. Y cuando la vieja culpa intenta alcanzarme, la espanto con la certeza de que ella vive en mí, y yo jamás vi en ella nada que no fuera perfecto.
Ser mujer también es aprender a temer. A caminar con las llaves entre los dedos, a sostener la respiración en una calle oscura, a cuidar la espalda de otra porque sabemos que nadie más lo hará. A veces, ser mujer es preguntarse si traer otra al mundo sería un acto de amor o de sacrificio. Y sin embargo, en medio de ese miedo, en medio de esa duda, encontré mis tres grandes retos en la vida: amar sin dejar de amarme, cuidarme a mí y a otras mujeres, y aprender a hablarme con amor.
Era tan fácil amar a mi abuela cuando me cantaba canciones, cuando sus historias tejían el mundo con ternura. Fue tan fácil pasar horas seleccionando música clásica, grabando un CD para mi profesora de ballet, buscando en ella un reflejo de mis propios amores. Sigue siendo fácil decirle a mi madre que es hermosa cuando se observa con dureza. Siempre será fácil mirar a mis amigas y recordarles cuánto las admiro, cuánto las necesito.
Y quizás lo más hermoso de ser mujer sean esos momentos de silencio en los que simplemente estamos, sin prisas ni exigencias, siendo niñas otra vez, riendo en la complicidad de nuestra feminidad.
Hoy, Belén, María, los 4 kg y todos los que vinieron después comprenden que ser mujer es ser río y tempestad, roca y seda, metal y éter. Ser mujer es transmutarse a través del amor y la escucha. Y todo aquello que María Belén ama, la hace aún más mujer cuando lo entrega a los demás.
Miss Chely
La gata bajo la lluvia y Amor eterno. Dos de las canciones antes que me olvide.
Yo cocinaba con mi radio encendida y cantaba, a veces me ponía a bailar a solas. Eran dos de las cosas que me gustaban hacer y la comida me salía muy buena y tú lo puedes confirmar; lo heredé de mi madre, ya que ella siempre hacía platos muy buenos y exquisitos; cuando yo tomo la posta ella se dedica a hacer sus “geniogramas, los del diario El Comercio”
Siempre tenía su pequeño Larousse y también tenía en un cuaderno con espiral el cual estaba separado por obras literarias y autores, Premios Nobel, etc., que ella lo había hecho.
Y por supuesto me dedicaba a darles clases a mis queridos sobrinos, Diego Alonso, Bruno y Rodrigo; los más pequeños de la familia y ahí me empiezan a decir “miss Chely” y pasaron los años y crecieron y ya son adultos y yo sigo como la Miss Chely, incluso los sobrinos mayores también me dicen así.

Juan Gabriel
Majo
En la adolescencia descubrí el impulso creativo. Fue como ser poseída por un espíritu. Recuerdo el momento preciso. Tenía 16 años, estaba por dormir. Por esa época, empezaban a construir los primeros grandes centros comerciales en Piura, la ciudad en la que vivía y en paralelo, yo andaba fascinada con el antiguo mercado municipal. La estructura era de los 60s. se notaba si te esforzabas en decodificar las letras desgastadas en relieve de la entrada principal, en reconstruir la estructura original que había sido metamorfoseada en cuadras y cuadras de pasadizos llenos de nuevas tiendas, galerías, negocios y vendedores ambulantes. Supongo que en esa temporada también se empezaba a imprimir en mi personalidad la maldición de la nostalgia y la bendición de la curiosidad por las cosas aparentemente inútiles.
En fin, me sentí como poseída. En el limbo entre la vigilia y el sueño, ahora que lo pienso, probablemente bajo la influencia de un café bien cargado y sin la ansiedad que ahora me genera tomar café de noche, salté de mi cama hacia la silla del escritorio en el que hacía mis tareas del colegio y me puse a escribir, en automático y de un tirón, uno de mis primeros cuentos. La historia ahora me parece tierna y disparatada. Era el monólogo interior de un maniquí hombre, fabricado en los 80s, que luego de “trabajar” en tiendas de ropa fina, un viaje trasatlántico y una breve estancia en un almacén de rebajas, terminaba sus días en una tienda deportiva en el mercado modelo de Piura y enamorándose de un gato que dormía en su regazo. Boris se llamaba el maniquí y así también se llamó el cuento. Fue en ese momento en el que elegí que mi destino sería ser escritora.
Catorce años después, la vida me llevó por otros lados y escritora no soy, pero guardo ese momento de haber sido atacada por el impulso creativo como uno de los más importantes de mis treinta años. Ese día descubrí que lo que me hace sentir viva, que una de las cosas que le dan profundidad a mi existencia son esos momentos en los que me posee una fuerza que empuja mis ideas sobre cosas aparentemente poco relevantes, las ordena, las cristaliza y hace que se materialicen. En los últimos cinco años, se me ha dado por hacerlo dibujando. Y eso no es gratuito. Mi mamá pinta (con óleo, carboncillo, acrílico, pasteles, acuarelas y teje y dibuja y cocina y sabe un poco de diseño de interiores y de bordado ayacuchano y de cerámica en torno y hasta de construcción). Siempre lo ha hecho y lo hace excepcionalmente. Ella lo aprendió de su abuela. Yo tuve el privilegio de crecer en una casa donde constantemente se hacía arte y manualidades y espontáneamente adquirí facilidad para dibujar. Pero más importante que eso, mi mamá y su abuela no tienen idea que me heredaron algo que es solo mío y que nadie nunca me va a poder quitar. Un mundo interior, un refugio, una fuerza que antes no sabía de dónde venía y con los años descubrí que siempre estuvo adentro mío y se ha convertido en un espacio al que siempre puedo volver cuando la cosa se pone muy fea afuera.
Andrea
Canción: Trampolín - El Gran Combo
Esta canción es especial para mi porque me recuerda un momento muy feliz y nuevo en mi vida en los años 2010 y 2011.
Me lleva al tiempo en el que decidí salir de mi zona de comfort como diseñadora gráfica y renunciar a mi trabajo fijo para irme a estudiar diseño de zapatos a España y perseguir un nuevo sueño.
La letra o tema de la canción, que habla de desamor y decepción, no tiene relación con lo que yo vivía en ese momento pero coincidió con que conocí amigos en ese tiempo a los que les gustaba la salsa tanto como a mí. No solo bailarla, sino escucharla, cantarla. Y esa canción se convirtió en el ícono de nuestra amistad y del momento que vivíamos.
He tenido la oportunidad de escucharla en vivo muchas veces en los conciertos del Gran Combo y la emoción que me produce se mantiene intacta. Muchas veces la he grabado en los conciertos y se la envío a mis amigos de ese momento para que la disfruten también a la distancia y sepan que los recuerdo.

El Gran Combo de Puerto Rico
Verito
Ahora soy una mujer de 36 años, casada y sin hijos. He tenido la dicha, en esta vida, de poder crecer a lado de Victor Antonio, mi padre, quien edificó mi identidad. Me compartió y transmitió, significativamente, la forma de apreciar la vida. Pero la vida, entendiéndose en un sentido complejo de conexiones entre mi ser con mi propia sensibilidad, mis derechos y obligaciones, con la moral, la familia, el trabajo, la política, la naturaleza, el prójimo, la Patria, el bien común, la revolución necesaria para la vida misma, y por supuesto, con la muerte. Como el río eterno de la dicha fue mi vida hasta la muerte de papá. Mi mayor acercamiento a lo que creía podría convertirme en una poetisa fue leer, por primera vez, El río. Descubrí este poema del maravilloso Javier Heraud, que mi papá recitaba con mucho apasionamiento, con apenas 10 años. La recité en el colegio y gané el primer puesto. Sonrío siempre.
Hoy, en mi adultez, este poema despierta muchas emociones diferentes a las que descubrí cuando era niña. Me sigue acompañando y sigue evolucionando en mis pensamientos de mujer adulta que, al mismo tiempo, tiene que interactuar, vivir y, a veces, sobrevivir en la sociedad de hoy.
La muerte de mi padre me hizo descubrir un nuevo significado de El río, y así, cada nueva circunstancia en mi vida que marca fuerte se conecta con El río de Heraud. Mi amor y respeto por la Tierra y la naturaleza, y mi deseo de admirar el río y el mar sin dejar de visitarlos de vez en cuando, siempre me hace recitarles las líneas:
Yo soy el río.
Pero a veces soy
bravo
y
fuerte
pero a veces
no respeto ni a
la vida ni a la
muerte.
Ahora, avanzo segura sabiendo quién soy y siendo feliz cuando expreso mi postura, cuando debo tomar decisiones y cuando debo aceptarme física y emocionalmente. Avanzo segura respetando y admirando al prójimo en nuestro país tan diverso.
Y esto se debe a la primera vez, pequeñita, cuando escuché Me gritaron negra de la grandiosa Victoria Santa Cruz, lo que marcó firmemente mi sentimiento hacia la diversidad de mi país. Empecé a ver con ojos de admiración, de respeto y de armonía a los demás. También, descubrí el sonido cautivador de la música afroperuana que, cada vez que la escucho, hace mover mis pies en automático. ¡Y qué lindo suena! ¡Y qué ritmo tiene!
Ojalá esta vida me de la dicha de ser madre y de poder transmitir lo que mi padre me compartió con tanto amor.
Mi tía Mónica
La música siempre ha sido sinónimo de alegría, movimiento y un toque de desorden en nuestra casa. Recuerdo cómo, para ponerla a sonar, arrimábamos la mesa y las sillas, creando espacio para bailar. Todos se animaban, incluso yo me sumaba a la diversión.
Una de las canciones que más me ha marcado a lo largo de los años es Hoe Down Throw Down de la película Hannah Montana. Esta canción, junto con su coreografía, tiene una energía contagiante que invita a los jóvenes a bailar en cualquier momento. Recuerdo con cariño cómo las niñas se ponían en el centro de la sala y comenzaban a bailar juntas, disfrutando cada paso y cada movimiento. Esos momentos fueron muy especiales, llenos de alegría y movimiento, creando un ambiente único en la casa.
Incluso yo, al verlos disfrutar, no podía evitar unirme y ser parte de esa linda música que nos unía. Esta situación me hacía recordar a los momentos en que cantábamos en casa con mis hermanas, canciones como Eres tú de Mocedades, Amor de hombre, Locos de amor, y muchas otras. Cantábamos a todo pulmón, tiradas en la cama o mientras barríamos nuestras habitaciones. Esos momentos siempre vienen a mi mente, llenos de mucha alegría y nostalgia.

Mocedades
Mariale
Cuando me preguntas por la música de mi vida te puedo dar diferentes géneros, diferentes momentos, diferentes referencias. Yo que creo que la música no tiene solamente un significado sea algo bonito o sea algo no tan bonito, en mi caso yo creo que te puedo hablar de una música romántica merengue, cuando vives la ilusión de los primeros amores, en el colegio. También esa música bonita que te da la universidad, esa música que te permite soñar con el chico que te gusta, con el que te te imaginas bailándola. Te llena de ilusión y emoción, en cada estrofa que dice la letra. Un cantante que me me gusta muchísimo la verdad es Bryan Adams. Supe de él en el año 2004 cuando viajé con mi mamá y mi hermano y Marujita a Europa. Una de sus canciones estuvo de moda en ese momento y la escuchabamos por todos lados. Desde ahí me gusta un montón. Me gusta cómo canta, la forma cómo habla, me gusta la garraspera de su voz, me gustan las letras de sus canciones, pero sobre todo, siento que cuando escucho su música solo me representa un momento de felicidad, de traquilidad. Escucho su música y es como que me reconforta, sabes, como que "ay, qué linda esta música, qué felicidad escucharla". Me llega un momento, una etapa linda de mi vida cuando tenía 17 o 18 años, una época de full felicidad y creo que el viaje significó algo muy bonito en es entonces, entonces agrega más significado. Pero hasta el día de hoy la escucho y en me gusta un montón, y la puedo cantar a todo pulmón. Estoy esperando que regrese para ir a su concierto.
Otra canción, que tal vez me marcó mucho, es la música que estuvo de moda en pandemia, que si bien es cierto, tal vez no es una canción que normalmente me gustaría, pero estuvo muy de moda, y bueno, tú sabes que pandemia fue para mí particularmente momentos muy emocionales, muy vulnerables. Yo salí embarazada de Sofía, ella nació y a los pocos meses falleció mi papá. Entonces estas canciones de Camilo que estuvieron de moda en ese momento me mueven mucho, me conmueve muchísimo y tengo como una espina ahí atorada. Cada vez que aparecen esas canciones, que son dos o tres canciones, no la busco escuchar. Pero cuando las escucho de casualidad, porque salió aleatoriamente en mi Spotify, porque está en la radio o en algún lugar, me cuesta terminar de escucharla, me llena de nudos en la garganta y no puedo terminar. Me es muy difícil.
Bueno, hoy por hoy tengo muchas canciones que me resuenan, letras muy bonitas, letras lindas que me llevan a pensar en mi familia, en mi mamá, en mis hijas, en mi esposo, en mis tíos, en mis primos, en mis amigos, que me dan felicidad. Pienso en viajes, pienso en momentos lindos. Pero también hay canciones que esta etapa en la que mi papi ya tiene unos años de fallecido, escucho, y si bien es cierto, muchas veces lloro o se me hace un nudo en la garganta, como ahorita que te hablo. También hay otros temas que las canto tranquila, y es más, sonrío. Hay una canción de una chica que se llama, no recuerdo cómo se llama, pero la canción se llama Querida yo y me parece una letra muy bonita y muy fuerte. Otra canción se llama No digas nada de unos reggaetoneros, inédito, que se llaman Cali y el Dandy, pero la letra es muy fuerte. Si escuchas esa canción prestandole atención a la letra...a mí me lleva 100% a mi papá. Hay un tema de Laura Pausini, que ya había escuchado antes, pero nunca me había llamado la atención, no es el género que a mí me encantaba, la había escuchado y punto. Pero en diciembre del año pasado escuché una canción de ella y no sé porqué esa vez me detuve a escuchar la letra con mucha atención y habla de alguien que falleció. Luego empecé a investigar sobre la canción y ella se la escribe a su abuelita que había fallecido. Hay otra canción que también me hace recordar mucho a mi papá, son canciones que en verdad me hacen llorar casi siempre...la música me resuena a momentos muy lindos de mi vida y también a momentos muy tristes. Escuche lo que escuche son momentos que me acogen. He descubierto que puedo vivir con la música de diferente manera.
En mi familia algo hay con la cocina, en mi caso los postres. Yo creo que inconscientemente sí tuvo que ver mi infancia y la familia, porque en mi casa siempre hubo mucha tendencia a hacer postres. Te digo inconscientemente porque mi mamá siempre nos hico quequitos, panqueques, cosas así. Tortas de chocolate los días de cumpleaños y yo no vi a esa mamá que va a la tienda a comprar, no, yo vi a la mamá que los preparaba, que se esforzaba, que trataba de hacer lo mejor que podía para que todos disfrutemos. Esto me llevo a querer probar y hacer mis postres, y también cuando me convertí en mamá por primera vez, me llevo a ser esa mamá que se esforzaba de esa manera como una muestra de amor a mi hija. La influencia de mi mamá está super presente en los postres. Además, te comento que a mí la gente me dice mucho, familia, amigos, incluso gente desconocida, que tengo talento para hacer postres y que les gusta mucho. Entonces esto me reconforta un montón, me llena de felicidada y me motiva a querer hacer más.
Sobre el papel de la mujer en estos tiempos y el mensaje que puedo darle a mis hijas: gracias a Dios están viviendo una etapa distinta a la que vivieron nuestras mamás, de la que vivieron nuestras abuelas, de las que vivieron mujeres de años anteriores, porque nos permite ahora saber que no tenemos límites, más de los que nosotras nos imponemos. Yo la verdad he visto a mi abuela ser una profesional, mi mamá no porque no quiso serlo, no porque no pudiera, pero igual vi una mamá que trabajó, una mamá que decidió quedarse en su casa, que también estuvo bien. Yo tuve la oportunidad de estudiar en la universidad que yo elegí, en la carrera que yo elegí. Lo que yo conversó mucho con Rafaela, mi hija mayor, es que ella tiene que dar todo de sí, que están aún preparándose en el colegio, porque el día que ya acabe los estudios escolares ella tiene que poder elegir una carrera que ella quiera y estudiar, Dios mediante, donde ella quiera. Yo creo que de repente años atrás no se podía pensar que una mujer podía elegir tan libremente una carrera, pero hoy sí puede. Esto es algo que converso con Rafaela muchísimo, que tiene la oportunidad que muchas mujeres no tuvieron. Que se enfoque en sus metas y sepa que solamente ella es dueña de su futuro. Ella es capaz de lograr todo lo que se proponga, siempre y cuando tenga disciplina y constancia. Esto es algo que también quiero sembrar en Sofía, que se empodere y sepa que el mundo es competitivo y va a competir con muchas personas, hombres y mujeres, que van a pelearse por el mismo puesto, y que ellas tienen que tener toda la preparación. Porque no solamente es un tema académico, también es un tema emocional. Tiene que saber debatir, responder con criterio, responder con sustento, respetando las opiniones de los demás. Tienen que ser empáticas con las demás personas. Tiene que aprender lo que es la solidaridad. Tienen que aprender a desapegarse de las cosas materiales. Es necesario que lleven talleres de lectura, de oratoria, talleres de improvisación. Quiero que estén listas y preparadas. Como papás y como familia les estamos dando todo lo humanamente posible. Pero sé que ellas sí van a poder.
Liliana
En la intimidad de un concierto de Tom Jobim, que es como decir en la sala de su casa, Gal Costa juega tres roles: es convidada, es musa y es armonía con la Nova Banda. El concierto de 1987 en Los Ángeles no es perfecto porque las delicadezas del portugués cantado no terminan de traducirse al idioma inglés. Para lo demás está a doce Gal.
Intérprete pura en un tiempo de cantautores, guardiana del Tropicalismo pero omnívora de apetitos musicales, la Flor de Bahía logró conciliar la modernización de la tradición vocal brasilera con una fuerte actitud libertaria.
Exuberante y sensualísima, Gal da inicio a este tríptico de Gabriela (Casorio, Tema de Amor y Stone Flower), rica imaginería de un amor que ilumina y llena de vida. Aguda, afinada y precisa, la voz de cristal captura la esencia, desaparece por dos minutos de intercambio entre Jobim y orquesta, y retorna para rematar la sinfonía, armonizando y acentuando el notable quinteto de mujeres coristas. Te mata de ternura. Te recuerda que, de vez en cuando, es recomendable llorar de alegría. Que la potencia y la dulzura no son un oxímoron; son una Gal. No te lo dice, pero te lo canta.
Silvana
Cuando pienso en todo lo que me ha marcado, lo primero que me viene a la mente son las canciones que me conectan con mis papás. Por ejemplo, con mi mamá me acuerdo de Claridad o Take on Me. Me transportan a esos momentos cocinando o manejando, riéndonos, cantando, solo disfrutando. Con mi papá, en cambio, me acuerdo mucho de Cariñito de Bareto o Pedro Navaja; solo ya me lleva a días de karaoke, el olor a la parrilla, el sabor de una entraña que nunca podía faltar.
En cuanto a los libros, el último peruano que leí fue 100 cuyes de Gustavo Rodríguez, y me hizo imaginar con muchísima claridad las calles de Miraflores. Al leerlo, casi podía oler el mar, sentir la brisa y ver la luz del atardecer reflejándose en los árboles del malecón. Fue como un viaje a la nostalgia. Lo que más valoro de conocer otras realidades, de haber estado en distintos lugares, es que cada nueva experiencia me ayuda a ver el mundo con más matices. Quizá por eso conecto tanto con esas canciones que mencioné o con esos libros que me trasladan a mis recuerdos: porque me hacen sentir cómo el tiempo pasa, cómo todo evoluciona, pero a la vez me recuerdan quién soy y de dónde vengo.
Tía Rosmery
Esto lo escribo mientras estoy de viaje y me concentro para recordar viejas épocas. Cuando tenía unos 12 años nos mudamos a vivir en la Residencial San Felipe, y recuerdo clarito el sonido de una de las canciones de los Beach Boys y al mismo tiempo el sonido de la paleta pegándole a la pelota. Resulta que había un grupo de chicos de mayores que yo, que salían a jugar paleta pelota y yo me moría por tener su edad y salir a jugar con ellos.
Fue una época complicada para mí por que estaba en plena adolescencia y obvio que ese grupo de chicas y chicos me veían como la chibolita que era, cantando las canciones de Yola Polatri, queriendo ser Burbujita (risas). La verdad es que la adolescencia apesta (más risas).
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