Martín Carrasco | 26.04.2018
Entrevista realizada por Martín Carrasco
No hay futuro es el título de una de las canciones más pogueadas de Leusemia. No se trataba sólo de una expresión nihilista o el retrato de una situación límite, era también una forma de reclamar que ellos también querían tener esperanza en el futuro. Las calles, un grito, la constatación de que “la mierda existe”, la frase sobre Lima que diagnostica Adrián R y que principia la novela Generación cochebomba, del escritor Martín Roldán. Lima se incendiaba y de ese fuego, de esa mierda, emerge ese desborde de actitud contestataria: pelo parao, casacas negras, tufo a trago barato, que vendría a ser conocida como la movida subterránea.
Acercarnos a ese pasado resulta necesario para comprender un periodo que aún cierto sector se esfuerza por silenciar, un periodo de violencia y corrupción que un grupo de jóvenes se atrevió a denunciar a través de su arte y que por ello nunca sonó en las radios. Fabiola Bazo, profesora adjunta de Estudios Latinamericanos en la Universidad Simon Fraser (Canadá), decidió abordar esos años al publicar su libro Desborde Subterráneo 1983-1992, editado por el MAC como catálogo de la homónima muestra que acogió en el año 2017. Sobre esa investigación y las inquietudes que despierta va esta conversación.
El título del libro hace mención al ya clásico Desborde Popular, de José Matos Mar, cuya idea parte del encuentro de dos naciones, aunque sean la misma. Sin embargo, libros recientes como el de Historia secreta del Perú, de Fred Rohner, descartan la idea de ese “encuentro” al sostener que siempre estuvieron juntos lo andino y lo occidental (lo criollo). ¿Es la movida subte un encuentro inusitado y desconocido hacia un país conservador o es el proceso de algo ya dado previamente?
No se trata de un encuentro entre dos naciones. Es una experiencia netamente urbana y criolla. Desde que llegó el rock al Perú, a finales de los 50, ha generado anticuerpos. Sus críticos lo consideraban una forma de expresión de poco valor estético y los más conservadores como inmoral. Dentro de la izquierda se debatía si se podía hablar de rock peruano o hecho en el Perú, si era simplemente un producto del imperialismo o si era música para la clase media y la pequeña burguesía.
Lo insólito es que la escena subte, que se caracterizó por su permanente denuncia de lo inauténtico, por verse a sí mismos musicalmente como una ruptura con el rock nacional que los precedía, fue criticada inicialmente por sectores de la izquierda precisamente de inautenticidad por elegir el rock como vehículo de expresión de su denuncia contra una sociedad conservadora, en lugar de optar por música e instrumentos andinos.
Otra caracteristica del rock subte fue su marginalidad. Ellos no grababan 45 RPM en disqueras, no salían en la TV, su música no era difundida en la radio. Los subtes escribían, producían, distribuían y difundían su producción musical solitos. Claro, suena más bacán llamarlo “hazlo-tú-mismo”. Te diferencia del resto. Cuando la escena se masificó, muchos subtes, que vivían aún con sus padres, tenían que recursearse para poder organizar sus conciertos, sus juergas y sus maquetas durante la peor recesión económica que atravesó el país en el siglo pasado y lo hicieron comercializando su música y sus fanzines en puestos ambulatorios informales en el centro de Lima. Fueron parte del universo paralelo de empresas y actividades no registradas, que operaban fuera de la legalidad, en el sector informal y tenía sus propias reglas de juego del que hablaba Matos Mar.
Una de las características de tu libro ha sido poder trabajar con bastante de la producción de fanzines de la época. Al comparar los discursos de lo escrito en ese entonces con lo sostenido actualmente por sus autores, ¿cuánto ha cambiado o se ha mantenido vigente? Pienso en el machismo, quizás.
Los fanzines me permitieron corroborar testimonios, encontrar contradicciones y poner en evidencia elementos de negacionismo de los conflictos y divisiones dentro de la escena subte. Los insultos entre ellos fueron racistas, clasistas, homofóbicos y machistas. Los punks misios recriminan a los que tienen más plata que no pueden ser punks porque viven en una zona residencial y comen pan francés. ¿Cómo responden los pitupunks? Con dibujos de los misios con ojotas y chullo. ¿Cómo critican a Miki Gonzalez? Dibujándolo acompañado de dos negros con sendos miembros viriles. Sí, “cosas de muchachos”, me comentaron. De muchachos que cuestionaron solo los que les convenía del “sistema”. En el caso de las mujeres, encontré un afiche que se distribuyó en el Hueco donde las subtes reclamaban igual participación y denunciaban el machismo en la escena y el fanzine que redactó María T-ta y que publicamos en SubteRock.com (gracias a Marco Coria) me ayudó mucho a entender su perspectiva.
El capítulo dedicado a María T-ta es uno de los más extensos e interesantes. Pues revela una contradicción entre lo contestatario/conservador de la movida subte. ¿Por qué este tema ha sido silenciado durante tanto tiempo y por qué tocarlo ahora?
Es interesante que lo caracterices como silenciado, porque sí, la historia oficial subte no incluye a María T-ta. Se comentó sobre este capítulo que mi trabajo era demasiado “subjetivo”, que sobredimensionaba a alguien que no fue tan importante y que tenía un “sesgo feminista”. Mi libro no es un escrito de musicología. El objetivo de Desborde fue poner en contexto a la escena subte. Poner en evidencia que se desarrolló en una sociedad no solo azotada en ese momento por violencia política y recesión económica. Y lo que encontré fue que la escena subte reprodujo dentro de sí las taras del “sistema”: polarización de clases, racismo y machismo.
El machismo y las relaciones de género han sido algo postergado dentro de la movida como tema de estudio. ¿Qué otra problemática estamos pasando por alto por culpa de nuestra ceguera cultural?
El estudio de las relaciones de género (y con esto me refiero no solo a mujeres, tambien incluyo a estudios LGBT, queer) y de interseccionalidad es incipiente no solo en estudios de escenas musicales, lo es en otras disciplinas también. La gente piensa que eres una marciana o que estás sobredimensionando el rol que pueda tener una identidad social como la masculinidad o femeneidad cuando escribes sobre música.
Me llamó mucho la atención que una encuesta sobre gustos musicales en el Perú, realizada por la Católica [PUCP] en octubre del año pasado, no incluyera una pregunta acerca del sexo del encuestado. Esto contribuye a mantener la invisibilización de la mujer como actor social.
Hay tanto por hacer. Hay muy pocos estudios sobre el rock peruano y menos aun sobre la participación femenina en éste, así que su contribucion permance invisible. Hay contadas excepciones como los trabajos de Shane Greene, Sarah Yrivarren y Sebastían Corzo. He leído algunas tesis de la Católica interesantes como la de Ana Caroline Cruz sobre cantautoras peruanas, o sobre femineidad en otros géneros musicales como la cumbia de Eunice Prudencio o en música andina de James Butterworth.
¿Hay en la actualidad las condiciones para que se dé otra movida similar a la de los ochentas? Entendiendo la ausencia de Sendero, claro.
Mientras haya gente joven crítica del status quo habrá una escena contracultural en Lima. Sin embargo, el rock subte emergió durante un periodo de violencia política con caracteristicas bastante específicas y tuvo lugar durante un periodo de recesión económica. Lo que tienes ahora en Perú es una economía en crecimiento. Se ha reducido la pobreza, pero todavía hay desigualdad social con un sistema educativo que trunca la movilidad social. Hay conflictos sociales generados por un modelo que es solo de crecimiento y no de desarrollo. En realidad, se trata de un crecimiento económico, citando a Julio Cotler, que no ha generado felicidad a los peruanos. Más bien es mezquino. Pienso que los limeños compensan su falta de felicidad comiendo rico, viendo televisión basura, haciéndole la vida imposible al prójimo y por eso no les importa que Lima se quedará sin agua muy pronto. Ven los conflictos sociales en zonas extractivas como un impedimento a su crecimiento infeliz y no como un problema de sus conciudadanos.
No solo hay condiciones para movimientos contraculturales. Hay grupos que expresan estéticamente los problemas que te acabo de describir y que convergen durante las marchas. Como en los 80, las aspiraciones de la juventud no son escuchadas por el “sistema” que es aun más corrupto que entonces. Pero también hay muchísima resistencia al cambio y lo más frustrante es que es muy fácil ahora tildar de “pulpín”, “terrorista” o “feminazi” a los que tienen una posición crítica.
Hay actividades contraculturales muy interesantes. Una escena que me gustaría seguir más de cerca es la hip hop. En cuanto a redes feministas, el Comando Plath es muy activo apoyando a escritoras y poniendo en evidencia la misoginia, homofobia y autoritarismo en manifestaciones culturales en Lima.
Hoy en día, ¿qué es ser contestatario, contracultural?
Para mí, ser contestatario en la Lima de hoy es cuestionar estereotipos. Por ejemplo, es ser feminista, y por feminista entiendo que se reconozca que las mujeres tengan los mismos derechos, libertades y responsabilidades que los hombres. Que el hecho que los hombres tengan acceso a mejores puestos, a salarios más altos, que sean elegidos para tocar en conciertos, ganen premios de literatura es un privilegio porque han sido hombres los que han definido las reglas de juego. No se trata de un juego de suma cero, se trata de inclusión. Tampoco es quedarse en la rabia de los subtes. Eso no es suficiente para generar cambio. ¿Por qué es tan difícil entender esto? Pareciera que tener integridad, ser empático, no ser corrupto, y leer fueran valores y actividades contraculturales en este momento en el Perú.
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