Diego Arévalo | 21.06.2017
Artículo escrito por Diego Arévalo
Al comienzo pensábamos que no venía. Cuando salió el video promocionando la gira latinoamericana en su canal oficial de YouTube, salían todos los países que limitan con nuestro querido país. Menos el nuestro. Los reclamos por los compatriotas seguidores no se hicieron esperar. Se quejaban en cada publicación que hacía en su fan page. Y si bien, como sostiene el cantante en cada entrevista que le hacen, no anda pendiente de las redes sociales (esta generación de lo efímero le genera auténtico pavor) al menos su community manager se lo hizo saber. Se programó, entonces, un recital en el Auditorio del Pentagonito.
El sold out fue casi inmediato y se programó un segundo recital. Y la gran sorpresa: Calamaro en Arequipa. Calamaro en el Palacio de Bellas Artes. Calamaro cantando al lado del Misti. De la decepción que sentimos los seguidores del ex-Abuelo de la Nada al no encontrar al Perú dentro de la lista, pasamos al júbilo. De ninguna fecha a tres confirmadas a velocidad relámpago. Todos podíamos escucharlo en el fondo de nuestras mentes: “¡Ya siento que estoy radiante por volver!”
Romaphonic Sessions: Una epifanía provocada por Bob Dylan
Esta propuesta sin amplificadores es nueva, pero no ajena. En 1999 Calamaro llega al Empíreo: el lanzamiento del doble Honestidad Brutal –posiblemente, el más trascendental de toda su discografía– coincide con las mismas fechas en el que será telonero de su ídolo máximo, Bob Dylan. Poniendo como única condición no cobrar un solo centavo para abrir el concierto de su admirado Virgilio, Andrés, vestido con un atuendo modelo Dylan 1965 ofreció un concierto acústico.
Hilvanando aquella fecha con su libro de diarios íntimos Paracaídas y vueltas (2016), Andrés nos confiesa: “Realmente me gustaría estrechar su mano nuevamente”. Anotación realizada antes de que lo vuelva a llamar a formar filas; en julio del 2015 se convirtió en el único artista en repetir el plato con el último flamante Nobel de Literatura. Y es en esta cruzada -la de telonear a quien es, posiblemente, el más grande de toda la historia del rock- como nacen las sesiones que fueron grabadas en apenas dos días junto al experimentado pianista Germán Wiedemer en los Estudios Romaphonic ubicada en Buenos Aires.
“A veces nuestros discos predilectos nacen de una casualidad, o de una equivocación, tal vez de una conjunción astral inexistente”, así empieza la descripción en su página oficial del disco que no estaba destinado a serlo. Calamaro se contactó con el pianista Wiedemer ya que, evidentemente, pretendía preparar algo especial. Las circunstancias lo exigían. No en vano, dijo alguna vez: “No imitar a Bob Dylan debería ser considerado un delito” –comentario producto de la joda que se la hacía por su extremada mimetización física y musical del maestro norteamericano a fines del siglo pasado–. Y pienso lo mismo. No hay que ser necesariamente músico para tomarlo al pie de la letra.
Pero regresando a lo nuestro: por aquellas mismas fechas se hablaba de la posibilidad de preparar un disco nuevo junto al reconocido director de cine español Fernando Trueba. Por ello, Calamaro decidió mostrarle los borradores de las diez canciones que había hecho junto a Wiedemer. Y Trueba le dijo: “Para qué vamos a hacer un disco si lo que he oído ya es grande”. Así es como Andrés y su crew cayeron en la cuenta de que las sesiones eran algo más que abrir una vez más para el maestro. Entonces, se editó como disco y salió a la venta en febrero del 2016.
Este álbum, además, está incluido dentro de la categoría Grabaciones Encontradas –aquellos despojos que quedan marginados de los discos oficiales– siendo este el Volumen 3 y apareciendo exactamente 20 años después del último que se publicó. A pesar de ser de una naturaleza distinta –al no tratarse de “despojos” – se lo incluye por prácticamente haber surgido sin que nada estuviera premeditado, obra de la inspiración entre la correspondencia musical entre ambos artistas.
Una nueva revolución de claveles
En una entrevista el artista señala: “Tengo que ganarme la Licencia para Cantar cantando”. Guiño prestado de una de las canciones de Bob llamada Lincense to kill. Si bien la voz de Andrés se destaca por su versatilidad –su voz transgénero lo ha cantado todo: funk, rock, pop, heavy metal, blues, jazz, tangos, boleros, electrónica, reggae, rap, punk, cumbia, rancheras, en fin, me quedo corto–, curiosa y paradójicamente, ha manifestado, en las múltiples entrevistas que ha dado a lo largo de los años, la insatisfacción que le produce, precisamente, su voz. ¡Increíble! Si bien no la podríamos llamar “sofisticada”, es aquella voz arenosa, nasal, gutural y, en su momento, muy de adolescente –y muy Dylan, por cierto– una de las cualidades que más nos gusta del cantante.
No se piense en tales calificativos como una crítica negativa, todo lo contrario: se trata de un estilo personalísimo y único. Representa muy bien a ese dandi marginal que es Andrés. Pero el ambicioso artista desde hace mucho ha dejado en claro que quiere conquistar todos los territorios. Y es, precisamente, en estos conciertos donde su voz, al estar despojada de los acompañamientos habituales –el ambiente lo crearan un piano, un bajo y percusión–, queda más expuesta y en cada interpretación debe exigirse al máximo. Como nunca antes. Entonces, Andrés, fiel a su eslogan más conocido “Siempre seguí la misma dirección / la difícil la que usa el salmón” sigue nadando a contracorriente mostrándonos su nueva faceta: la de Cantor. Así, con “c” mayúscula.
“El tono resquebrajado de Calamaro es la llave de entrada y salida hacia la tradición que iguala a Gardel y Masliah, rescata a los poetas del tango y explica la identidad en la belleza de "Nueva zamba para mi tierra" (Nebbia). Y como sucedió con "El cantante", de Rubén Blades, "Milonga del trovador" (Piazzolla-Ferrer) representa la nueva apropiación que encaja perfectamente con la estampa bohemia del hombre Salmón” (Oscar Jalil, Rolling Stone)
Cambiar estadios por auditorios y coliseos
Para darnos una idea de la naturaleza de los conciertos que nos esperan este 24 y 26 en el Auditorio del Pentagonito (Lima) y el 28 en el Palacio de Bellas Artes (Arequipa) los invito a hacer el siguiente ejercicio. Cojamos dos clásicos del compositor, Mi enfermedad y Paloma, por ejemplo, y escuchemos las versiones originales. Ambas abordan el mismo tema: son canciones de despedida o escapismo. Una vez llegado al fin del sendero de la relación, el amante abandona a la pareja para “salvar el alma” (como dice en otra de sus canciones) no sin antes despedirse y tratar de justificar el porqué de su huida. Calamaro parece haber concebido estas canciones para que sean cantadas a todo pulmón pero, ¿esto es algo que se puede planear?
Al menos, de las verdaderas y falsas anécdotas que giran en torno al mítico Honestidad Brutal, sabemos que cuando Andrés se sentó al piano para cantar Paloma por primera vez, lo hizo como si la estuviese cantando con toda su hinchada. Y eso fue lo que terminó sucediendo. En ambas canciones, se siente el reclamo y el resentimiento porque uno de los dos ha fallado, el daño resulta irremediable y lo que pudo haber sido ya no será. Sin embargo, no se trata de una pataleta sino que hay aceptación –se la banca, como dicen los argentinos– por lo sucedido y queda listo para seguir adelante.
Pero no solo eso, sino también está la omnipresente ternura que empaña, como si fuesen gotas de agua en la ventana, gran parte de la obra del compositor. Esta ternura no solo se siente en su letra, sino, más que nada, en el tono de su voz. A continuación mi parte favorita del himno del Honestidad Brutal:
Vivir así no es vivir, esperando y esperando / porque vivir es jugar y yo quiero seguir jugando / le dije a mi corazón, sin gloria pero sin pena / no cometas el crimen varón, si no vas cumplir la condena.
Como decía, son canciones enérgicas, casi alegres por el anhelo de libertad y que casi se gritan en lugar de cantarse pero, ¿qué es lo que hace con ellas el autor en esta nueva gira? Les da la vuelta por completo. No me había percatado, hasta que escuché el álbum, que eran canciones tristísimas. Y no es que se me hayan escapado las interpretaciones. Habituado a las versiones originales no las imaginé cantadas con otros arreglos y al inicio me resultaron extrañas. Pero no me demoré en entrar. La energía rockera de las originales había sido reemplazada por una melancolía mesurada pero profunda, como si el artista estuviera cantándola solo en su habitación, sin público a la vista, adquiriendo un tono confesional. Íntimo, como subraya el banner publicitario.
En esta propuesta, Calamaro ha cambiado los estadios por los auditorios y coliseos. Es decir, menos capacidad de personas, menos instrumentos, menos micrófonos y enchufes. Y funciona. Y es sorprendente porque pareciera que han sido despojadas de su esencia. Andrés comenta al respecto: “No sé qué pasa con la esencia de las originales. No las tengo demasiado en cuenta. Más bien las tengo un poco olvidadas. Ojalá gusten así. Sinceramente, jamás escucho las versiones originales. Entonces permito que pierdan su esencia las veces que haga falta. Me siento interpretando. Nunca repito una versión original, no sé cuál es la original”.
Una vez más Andrés no deja de sorprendernos. Sobre todo al saber que ésta propuesta desenchufada, discreta y elegante no es su último álbum. Paradójicamente, Volumen 11, lanzado en diciembre del año pasado es la antítesis del Romaphonic Sessions. Aquella es lo más eléctrico y políticamente incorrecto que se ha escuchado del artista desde su etapa kamikaze de fin de siglo, El Salmón. Como si hubiese sentido nostalgia por aquella etapa y quisiera volver a meterse de lleno en aquellas aguas peligrosas, incluso mostrando un humor mucho más ácido.
Sin embargo, la presente gira, Licencia para cantar, nos ofrece a un cantante en la etapa más madura de su faceta como cantor. Las letras pasan a primerísimo plano y recopila no necesariamente sus temas más emblemáticos junto con temas tradicionales y de gruesa categoría que representan muy bien este lado del continente. Como la famosa Milonga del Trovador:
Soy de una tierra hermosa de América del Sur
En mezcla gaucha de indio con español.
De piel y voz morochas vi en mi guitarra
Que al mundo van las coplas, y me fui yo.
Andrés está conquistando nuevamente nuestro continente, pero esta vez desde la tradición y la serenidad; está cogiendo todo junto y en un solo puño la siquis / y el latido de su pueblo.
+ info: CONCIERTO DE CALAMARO EN LIMA
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