Javier Gragera Gómez | 22.01.2019
Crítica cinematográfica por Javier Gragera
Dos mujeres comparten una misma familia: una por herencia genética y la otra por imposición laboral. La primera es una señora de mediana edad perteneciente a la burguesía mexicana y la segunda es su joven criada, de origen indígena. La pantalla ofrece mayor interés en mostrarnos la cotidianidad de Cleo, sirvienta cama adentro. La vemos limpiar, servir la mesa, hacer la compra, consolar a los niños, burlarse de la patrona cuando habla en mixteco con la otra criada de la casa, más o menos de la misma edad y también cama adentro.
Esta forma de esclavitud moderna nos llega sin dolor ni resentimiento. La cámara, sutilmente dirigida por el mexicano Alfonso Cuarón (Y tu mamá también, Gravity), no emite juicios de valor. Éste no es un relato de buenos y malos, de dos mujeres antagonistas enfrentadas por dominar un mismo territorio, sino todo lo contrario: patrona y criada comparten un conflicto común, el de evitar que la ausencia de un padre haga naufragar el hogar que habitan. La apropiación sentimental que hace Cleo de su espacio doméstico, de su celda con patio, garaje, azotea, una cocina y muchas habitaciones y peldaños de escaleras por barrer y fregar, es incondicional.
Hay algo de memoria herida en esta regresión de Cuarón a su propia infancia, a esa Ciudad de México de la década de 1970, pero sin cursilerías de por medio ni búsqueda de redención. La idea no es construir una oda a la nostalgia sino configurar un retrato fidedigno de las figuras femeninas que fueron claves en su propia crianza. Esa es una de las claves del filme: la capacidad del director de alejarse de sí mismo (llamémosle empatía del recuerdo) para permitir al espectador indagar en su más profunda intimidad. Un ejercicio formidable de humildad creativa y destreza narrativa.
Para ello, Cuarón hace uso del blanco y negro, el color del recuerdo. De ritmo lento y planos largos, con un uso recurrente del travelling que sigue los movimientos de Cleo por las distintas estancias de la casa como quien te está confiando un secreto, la película nos adentra en un discurso visual que seduce y convence en la misma medida. Una cinematografía limpia, sosegada, impecable, de un intimismo contagioso que sin embargo estalla cada vez que vemos a Cleo salir a la calle (cuando abandona su cárcel de cristal) y todo adquiere un ritmo más frenético y desafiante: entonces el mundo se transforma en un territorio hostil donde convergen la violencia de la represión política, la amenaza de las fuerzas de la naturaleza, el desprecio de la jerarquía de clases, el dolor insoportable de una sala de urgencias.
A lo largo de toda la película es dominante el detalle simbólico del agua, que sirve para muchas cosas: para lavar, para mitigar la sed, para sanar, para purificar. Del agua sucia que se filtra por el desagüe de un garaje lleno de cacas de perro al agua salada y desbocada de un mar embravecido, que representa la fuerza del destino. La pulsión dramática del filme fluye como un agua distinta a cada rato, para terminar por golpear al espectador con un epílogo magistral. Cada uno es libre de elegir su propia familia.
+ INFO
Título original: Roma
Dirección: Alfonso Cuarón
Guion: Alfonso Cuarón
Reparto: Yalitza Aparicio, Marina de Tavira, Diego Cortina Autrey
Fotografía: Alfonso Cuarón
Género: Drama
País: México (2018)
Duración: 135’
Disponible en Netflix
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