De Lima a Cusco, de Cusco a Lima

En las alturas del Cusco, mi nueva casa. / Foto: Manuel Vera Tudela

Para empezar, si me permiten, les contaré como empezó todo. Como les dije, nací en Lima y viví en Chorrillos, donde tuve muchos amigos, donde toda mi familia surgió, donde aprendí a montar bicicleta y donde jugué pelota en la calle, entre Pardo y José Olaya a dos cuadras del malecón. En Chorrillos pasé de todo. Luego crecí, me dieron llave de mi casa, propina, y tomaba micros para ir a la academia pre universitaria que quedaba por el ex Cine Orrantia. Transité mucho la Avenida Arequipa para ir después a la Universidad Católica donde estudié periodismo. Recorrí la Javier Prado -cuando todavía no era Vía Expresa- para tomar la carretera central hasta Chaclacayo donde vivía quien fue mi primera enamorada. Por esos años me iba también hacia el sur, hasta Campo Mar, en Punta Hermosa, para jugar en las divisiones menores de la “U”, cuando soñaba con ser futbolista y meter el gol triunfal en la Copa Libertadores.

Me encantaba ir a Miraflores al parque Kennedy solo para comprar un helado en McDonald´s, caminar y mirar a la gente, luego entrar a alguna librería a ver libros que no podía comprar o sapear las tiendas de surf. Qué bacán era ir al Cine Pacífico o sentarse a estirar la duración de un Frappé en el Café Z y después cruzar el Puente Villena hasta el Parque del Amor a mirar el mar cuando atardecía. La fiebre de Larcomar también marcó mi adolescencia, adonde íbamos todos chibolos a mirar las vitrinas de ropas importadas y a las miraflorinas, tan lindas siempre. Tuve la suerte de que mis padres me llevaron, antes de todo esto, al mismo lugar, cuando era el Parque Salazar a jugar pelota y al frente había un muro blanco y negro que circundaba un terreno baldío. Hoy ese terreno es el Marriott y recuerdo como todo empezó a cambiar con su construcción: Lima se volvió cada vez más ficha. Llegó George Bush, estaba Toledo de presidente, el terrorismo parecía cosa olvidada y la gente empezaba a sacar créditos como loca para comprar casas, carros para recorrer una ciudad que se modernizaba imparablemente.

Barranco fue también un despertar para mí. Cuando empecé a romper mis límites en Chorrillos íbamos en bici por la Avenida Pedro de Osma, que siempre me encantó por su hilera de árboles, hasta el Parque Central de Barranco. Luego íbamos al Puente de los Suspiros, después a la bajada de los baños y ahí vi el primer concierto que marcó mi vida, en un viejo lugar que ya no está, llamado Tajabone. Era el primo de mi amigo Robin, que tocaba blues como negro del Delta. Creo que en ese momento me di cuenta de que quería ser músico.
 


Gente bailando en el anfiteatro de Parque Kennedy en Miraflores. / Foto: Javier Gragera

Luego claro, vino el Boulevard, las primeras fiestas, el Barlovento y sentirse inteligente tomando chela -sin gustarme- siendo joven y viendo jazz en vivo un lunes por la noche en La Noche. Un día me pegaron en el boulevard por defender a una amiga. Me dejaron como el boxeador que perdió en el sketch de Chespirito y hasta eso lo recuerdo con cariño. En mis 20 años para adelante, Sargento Pimienta fue mi casa, cuando reemplacé el sueño de futbolista por el de rockstar y estaba completamente perdido de lo que quería ser en mi vida, lo cual fue también interesante. Cuando la noche quedaba corta la seguíamos en el Tizón y movíamos la cabeza hasta las cinco de la mañana escuchando You Only Live Once de The Strokes sintiendo que realmente solo se vivía una vez.

Lo cierto es que viví muchas veces. Hoy en Cusco vivo otra vez y recordar esto es como ver otra vida, que también fue la mía y que puedo vivir otra vez cuando quiera solo al recordarla. Recuerdo el malecón de Lima, desde el Parque Maria Reiche hasta el mío, en Chorrillos. Veo atardeceres, me veo orar a mi forma, pedir favores al mar, agradecer por los días, llorar, quejarme, reír solo y gestar planes para declararme. Claro, el malecón era el point para declararte a la chica que te gustaba. Todo siempre llevaba al mar, y en el malecón me han choteado y me han aceptado también. El mar es mi recuerdo más especial.

Cuando egresé de Periodismo entré al diario El Comercio, lo que me permitió recorrer el Centro. Antes el Centro era como ir al infierno, donde te robaban fijo y no había nada bueno por ver, al menos para mí. Después todo se arregló y se volvió una experiencia alucinante tomar el colectivo desde Chorrillos por la Vía Expresa hasta Emancipación -luego en Metropolitano, que lo cambió todo para bien- hacer mis cosas por allá y caminar por el Jirón de la Unión, entre la Plaza Mayor y la Plaza San Martín. Un par de veces subí al Cerro San Cristóbal y vi, sin poder verlo todo, lo grande que se había vuelto mi ciudad, caóticamente bella.
 


El Cerro San Cristobal visto desde el centro histórico de Lima. / Foto: Javier Gragera

Fui también alguna vez al Directorio, que era con el “Sargento en el centro” y la pasaba chévere pero no tanto como en el Sargento de veras. También fui a algunos bares y vi conciertos, toqué en algunos lugares del centro cuando mi sueño de rockstar se caía y no entendía nada de mí. Luego de tocar salía a fumar un cigarro y veía de noche el corazón de una ciudad que ya no latía conmigo.

Entonces vino Cusco y esa es otra gran historia. Es otra vida, como les he dicho. Pero desde acá escribo, temblando de frío y emoción también porque emociona escribir esto. Soy muy feliz acá, pero no puedo dejar de extrañar Lima. ¿Si volvería a vivir allá? No lo sé. Hoy creo que no decido mucho sobre mis pasos, sino que sigo lo que algo más grande me dice y que, a mi forma, reconozco como Dios. Pero siempre es bacán recibir a algún amigo de Lima y mezclarnos entre nuestros “alucina”, recuerdos barranquinos y añoranzas de ceviches imposibles. No sé si quiero estar allá otra vez a tiempo completo, me encanta ir algunas veces al año y recorrerla como turista para luego volver al tranquilo Cusco. Sobre todas las cosas extraño a mi familia, a mis amigos, al mar y pasearla en bicicleta.

Espero que no se hayan aburrido con este primer post. La idea es contarles un poco dónde estuve y qué vi. Estoy seguro de que estuvimos y vimos las mismas cosas. La única diferencia es que yo salí y no estoy más allá. La extraño y tengo nuevos ojos para ella. Desde acá entonces veo con claridad las cosas que antes solo miré, de pasada, distraído por la ventana de la combi. Hoy me reencuentro con Lima desde Cusco, con esa ciudad donde tuve la suerte de nacer y crecer.

Antes de terminar quiero agradecer al equipo de enlima.pe, en especial a Javier Gragera que tiene un corazón muy noble. Estoy muy agradecido contigo.

Nos vemos todos los viernes, mandando amor a Lima desde Cusco.