El impacto cultural en cada paso de lucha como mujer

© Peggy Olson de Mad Men

Escrito por María Fernanda Ahumada

Me dieron la tarea de identificar aquellos momentos culturales que marcaron de alguna manera mi forma de ser y he tratado de reunir aquellos recuerdos que de me definen la mujer que hoy soy.

Mi familia (mamá, papá y hermano)

Todo comenzó con Titanic. En ese momento descubrí que cuando algo me gustaba genuinamente podía verlo repetidas veces sin aburrirme. Disfrutaba muchísimo escuchar el soundtrack, recordar algunos diálogos y emocionarme por el amor entre Jack y Rose. Luego, llegó el mundo de Star Wars, ahí me di cuenta del maravilloso trabajo de las bandas sonoras para envolvernos en una atmósfera y acercarnos a los sentimientos que las pelis buscan transmitirnos. Todo eso fue gracias a mamá y papá, quiénes me estaban formando culturalmente sin yo saberlo, me mostraron que la creatividad y la imaginación no tenían limites. Abrieron una puerta a un mundo de historias y sensaciones, y hoy, cada vez que lo necesito, puedo entrar y perderme en él.

El segundo gran recuerdo que se vienen a mi mente es cuando llegó mi hermano a contarme por las noches un breve resumen de lo que iba avanzando con las lecturas de Harry Potter. Dormíamos en un camarote y durante mucho tiempo yo esperaba llegar la hora de dormir para comenzar a escuchar las mágicas aventuras de Harry, Hermione y Ron desde el punto de vista de un adolescente de 13 años que a su corta edad tenía la responsabilidad de atenderme como un adulto. Al mismo tiempo, compartíamos nuestros almuerzos escuchando radio 107.7 o los audiolibros de Clásicos Océano, cuentos narrados por diferentes voces que maridaban nuestro puré con nuggets, podíamos escucharlos una y otra vez sin parar. Aún puedo oír el grito de Alicia cayendo por el agujero o el sonido del pajarito cuando teníamos que pasar la página.

Con los años, mi hermano creció, nos distanciamos un poco porque no compartíamos los mismos gustos. Pero el destino nos reunió de nuevo cuando, una tarde, pasé por su cuarto y escuché un disco que me atrapó. Obviamente, me acerqué y le pregunté ¿qué sonaba?, me respondió, chorreado en el sofá cama con la laptop sobre su barriga, que era el MTV Unplugged de Soda Stereo. Eso marcó un antes y después en mis gustos. Las canciones de Confort y música para volar hicieron que diera un salto de la música de viva fm a otro universo paralelo que no escuchaba porque era música de “viejos”.

Luego, para variar, comencé a estudiar lo mismo que él. Me contó que en la facultad existía una sala de cine donde podíamos ir cada vez que uno quisiera. Entonces, descubrí el increíble universo de Wes Anderson, Orson Welles, Fellini, David Lynch, Eric Rohmer y otros loquitos que hacían películas independientes. Todo muy de hipsters. De pronto, todas esas películas de las que mis padres hablaban en la mesa cobraban sentido. Nos habían educado en el arte de la conversación, y por fin entendía cada referencia. Para ser sincera, todos inconscientemente compartíamos los mismos gustos solo que yo recién lo iba descubriendo.

Pasó el tiempo y me di cuenta que a mi gusto cultural le faltaba algo…. un sabor nuevo. Claramente, era introducir perspectivas de más mujeres a mi repertorio. Mi hermano, nuevamente mi biblioteca humana de recomendaciones, me introdujo un libro que siempre recuerdo Buenos días tristeza de Françoise Sagan. Una vez más me afané tanto que lo leí 3 veces. Lo que más me gustó fue que toda la trama era en una playa francesa, entonces podía imaginarme y trasladar mi mente a una visitante de la playa que veía a lo lejos todo lo que pasaba en la vida de la adolescente. Luego, leí Como agua para chocolate, trama mexicana de Laura Esquivel que fue un boom en mi vida porque mezclo dos temas que me gustan mucho: el amor y la comida. Cada platillo de Tita vibraba en mi imaginación, sentí al máximo todas sus emociones cuando no podía tener el amor de su vida e imagine cada sabor que algún día me animaré a preparar. Lo más lindo de todo fue que comencé a considerar a más mujeres en mi mundo cultural, comenzando por Greta Gerwig, pasando por Sofia Coppola, Agnes Varda y aterrizando a latinoamerica con Lucrecia Martel.


Françoise Sagan

Hablar de cultura es hablar de mi madre. ¡Una psicologa con alma de doctora, chef, viajera, costurera y mucho más! ¿Quién a sus 60 años decide irse a vivir a otra provincia? Solo ella. La más valiente y encantadora del mundo, quien tiene tatuado en su corazón el significado de resiliencia. Quien nos estimulo tanto de pequeños que hoy en día necesito ponerme audífonos, comer un chicle, tomar un café y escribir con lapiceros de todos los colores para aprender que no puedo hacer todo eso al mismo tiempo. Amelita tiene el don de resolver cada problema de la mejor manera. Hubo un tiempo en el que no tenía mucha paciecia y luego de muchos estudios, lecturas y preparaciones noté un cambio espectacular en su forma de vernos, tratarnos y amarnos. Tanto ella como mi padre, nos sembraron la importancia de la educación en nuestras vidas, porque la tienen clara… el conocimiento es poder. Poder de ser empoderada. Poder de no conformarse. Poder decir siempre lo que piensas. Poder de no quedarse callada. Poder de dialogar siempre con respeto. Poder de ser tu misma. Poder de no cambiar por nada ni nadie. Poder de mantener tu escencia hasta el final de los tiempos. Ambos me recuerdan siempre que el ser mujer no es ningún impedimento para lograr todo lo que tengo en mente, que nada jamás me puede detener porque tengo la capacidad de resolverlo. Porque no necesito de un hombre para construir todo lo que tengo en mente. Porque no necesito de nadie para amarme.

Abuelas, fiestas y comida

Crecí entre las voces de Isabel Pantoja, Rocío Durcal, Ana Gabriel, Paloma San Basilio y muchas más divas de antaño. Y, siempre, de fondo, había una cocina encendida con un burbujeante aderezo de cebollas, ajíes, sal, pimienta, vinagre en una olla que estimaba alcanzar para 20 personas que seguramente 10 de ellas iban a repetir y otras esperaban con ansías lo quemadito del fondo… el famoso concolón. En fin, cómo olvidar esa cocina enorme, (curioso que mientras escribo este párrafo, justo suena en mi música aleatoria “Marinero de luces” y viene a mi mente el olor sabroso del aderezo que perfumaba los domingos) con la voz de mis cheli cantando a todo volumen, melodía que traería un sabor único a cada preparación. Bueno, en línea con la comida, cuento esto porque también tuvo mucho impacto en mi vida. No tuve la suerte de compartir muchos momentos en la cocina con mi abuela Elisa, pero a través de mis tías pude conocer muchas de sus recetas y la pasión que tenía al cocinar. Una vez alguien me preguntó “¿Quién te enseñó a cocinar?”, yo respondí, verdaderamente nadie. Mi mente automáticamente viajó a mi abuela, ella estaba en cada guiso, en cada técnica. Su legado vive en mis manos, cuando corto los ingredientes, en el instinto que me guía a sazonar, en el placer de compartir una comida casera. Donde a pesar de no lograr verla cocinar en su máximo esplendor, compartimos una partícula de ADN, una memoria que llega a mi sin saber cómo, pero que intuitivamente me dirige en a cocinar, me invita a crear y mezclar sabores. Alguna vez mi padre me dijo que encontró varios sabores similares a lo que ella hacía en su día a día.

Otro crucial momento cultural en mi vida son las fiestas de San Juan. Tengo la dicha de tener una abuela del oriente, de la región más calurosa y sabrosa del Perú. Una abuela con la lengua tan cariñosamente áspera. Amante empedernida de los hombres. Glorisa seguidora de sus nietos y de su amado hijo. Abuela que me ha enseñado a amarla a su manera y llegar a casa siempre con algo entre manos porque no soy un hombre a quién recibe con milanesas. Al comienzo tenía sentimientos encontrados, luego entendí que hay cosas que jamás pueden cambiar y una es la que tiene que adaptarse porque el cariño es inmensamente grande como para dejar de verla. Volviendo al tema de la fiesta, tenemos la suerte de celebrarla juntas muchas veces. Compartir una mesa con tacacho, cecina, juanes, infinitos plátanos fritos, agua de cocona, camu camu y sus ajíes selváticos.  Momentos que me recuerdan mis raíces, mi sangre, mi origen. Celebrar la fiesta de San Juan son esos recuerdos donde comparto con mi prima Verito, riéndonos y cantando a todo volumen “ANACOOOOONDA”. Saltando encima de una vela para que todos nuestros sueños se cumplan, haciendo pijamadas un día antes donde compartimos nuestros problemas y juntas tratamos de pensar en soluciones. Donde sentadas en la mesa, mis tías nos cuentan sus anécdotas de pequeñas, siempre con la televisión prendida con alguna telenovela mexicana. Con una bolsa llena de tejidos donde mi madrina está planeando su próximo proyecto. Siempre una mesa rodeada de amor. Amor marcado por una fiesta cultural que espero con ansías que llegue, no solo para comer rico, sino para estar con ellas y reírnos sin parar.

Bonus track:

Sí o sí necesito mencionar a la música que me acompaña todos los días, las melodías de Michael Jackson, Jorge Drexler, Nafta, Claptone, Rawayana, Bad Bunny, Rolling Stones, Pink Floyd, Kingdrick, Donna Summer, Carlos Vives, Los Destellos, Los Mirlos, Frank Sinatra, Los Morochucos, Shakira, Eva Ayllon, Caetano, Gilsons y todo el repertorio que agradezco alguna vez compartieron conmigo. Sin dejar de mencionar que señores y señoras: “Sin salsa no hay paraíso”. Gracias a Héctor, Rubén, Niche y todos los timbales que resuenan cada vez que pongo reproducir al playlist que tengo compartido con mi hermano de especialmente salsa.

Tampoco puedo saltarme de ese icónico momento donde mi primo mayor escuchaba a todo volumen un cantante argentino llamado Fito Paez. Nos prestó su disco y rayamos una canción porque la escuchamos muchisímas veces. Canción hermosa que contaba la travesía de Thelma y Louise. La última vez que fuimos al concierto, fue inédito, un casi reencuentro de primos, todos introducidos al cantante por el mismo personaje, quién tuvo el detalle de preguntarnos sonríentemente ¿A ti por qué te gusta Fito? Claramente, quería escuchar que todos respondieramos: Por ti.

No puedo dejar pasar a mis primas, sobre todo la mayor, con quién no tuve la suerte de compartir muchos momentos de pequeña. Pero, cuando volvió a vivir a Perú nos acercamos sin saber que era una conexión más allá de ella ser escorpio y yo tauro. Nos unía la locura, el adn de tener el mismo apellido o esas ganas locas de no quedarse quietas. Ambas con gustos similares en muchísimos aspectos como la comida, el cine, la literatura, filosofías y religión. Una prima muy cosmopolita, quien ha recorrido casi todos los continentes y tengo una admiración increíble. Una persona que día a día me invita a no dejar de comerme el mundo, salir a explorar, no quedarme con ganas de nada, ser curiosa, cuestionarme todo y ser consciente de todo lo que puede mejorar.

Cierre del chamullo

Con todo esto solo quiero mencionar que el impacto cultural de mi vida me acompaña en cada paso de lucha como mujer. En cada reclamo hacia la justicia porque un hombre abusivo no sabe cuando callarse, hacia ese jefe histriónicamente maligno que no se detiene en sus comentarios opresivos, hacia esa pareja tóxica que te cuestiona cómo debes vestirte.

Cada momento aquí compartido me recuerda que al mundo vinimos para disfrutar y deleitarnos con las diferentes expresiones culturales que existen y que nos formaron cómo somos. No para sufrir ni detenernos a pensar que el problema es por nosotras. No para sobrepensar una y otra vez sobre el comentario machista de un onvre que piensa con el pene. Cuesta soltar y dejar ir, entender que no puedes discutir porque ellos no están preparados para hacerlo, porque tienen el ego tan grande para ser empáticos.

Cada hora, minuto, segundo, una de nosotras está buscando hacer el cambio. Estamos todo el tiempo encontrando un espacio para compartir lo que nos pasó o sanando los dolores causados por algún onvre. Cada una de nosotras, desde su trinchera lucha y reclama lo que es para nosotras, lo que nos merecemos, lo que necesitamos.

Yo, desde la publicidad, espero que en algún momento la industria creativa en Perú tenga las mujeres que necesitamos para realizar los cambios que esperamos. Que dejen de tapar el abuso de los paparulos creativos, que nos traten como exageradas cada vez que comentamos sobre algún tema o, peor aún, que seas la única mujer creativa en un equipo de puro macho que solo habla de culos y tetas.

Sigamos luchando, acompañadas de la mejor música, deleitando nuestro paladar con la sabrosa comida e iluminando nuestra creatividad con el bello material audiovisual que existe. Ahí podemos encontrar salidas a este mundo que muchas veces es cruel por ser nosotras, podemos encontrar paz en este planeta que nos quiere traer abajo y, sobre todo, podemos encontrarnos a nosotras mismas porque no estamos solas.

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