Marco Yanayaco Evangelista | 15.12.2025

Escrito por Marco Yanayaco
Nota: 8.3/10
Entre los álbumes de bandas nacionales más esperados del año, Souvenir finalmente se ha concretado. ¿Qué es lo que trae consigo? Cabe mencionar que algunos de sus integrantes provienen de un proyecto anterior llamado Parahelio, donde primaba lo instrumental. Sin embargo, con Sueño Púrpura lo que se busca es incrustarse entre el noise, shoegaze, post-rock, krautrock e incluso, por momentos, el jazz.
Al escuchar este disco resulta inevitable pensar en bandas como Godspeed You! Black Emperor, Yo La Tengo o Explosions in the Sky. Y es que la obra respira una esencia reconocible de otra época, exhalando, por donde se le mire, el sonido nostálgico y misterioso de los noventa. Cada poro y vaso sanguíneo del cuerpo está cuidado y bastante pensado, pero sin dejar de ser ingenioso y divertido.
Esta historia se inicia con Sueño púrpura, un tema dominado por el post-rock, con una batería que anuncia su entrada como una ambulancia y una guitarra protagónica que juega a anticipar, en sus notas, lo que será el coro. La tensión se estira un poco más, hasta que, justo antes de explotar, todo frena para dar paso a una calma necesaria, aquella que permite revelar la verdadera base de la canción.

La guitarra marca una atmósfera tranquila, mientras la batería juega con destellos y vaivenes de platillos y tambores, con una influencia muy jazzera que potencia el disfrute. Es entonces cuando entra la voz lejana y susurrante de la vocalista, dando pie al coro. Hay momentos épicos y grandiosos, aunque muchas de las proezas y desenvolvimientos aparecen en la segunda parte. Toda la intensidad, la furia, el desenfreno y las densidades instrumentales emergen cuando lo caótico de lo instrumental se concentra por completo.
De alguna manera, esta resulta ser la parte más inquietante, experimental y ruidosa de la composición. Da la impresión de que aquí intentaron manifestar la esencia de la banda: momentos ensoñadores y tranquilos que terminan estrellándose contra una pared de ruido.
Si algo se le puede cuestionar es que no logra desprenderse del todo de lo clásico en su inicio, ni es tan expresiva como quisiera. Por momentos, incluso, se siente como si fueran dos temas distintos que luego decidieron unir, decisión que, aun así, puede resultar efectiva.
En concreto, la segunda parte termina arrastrando a la primera, y esta logra atrapar lo suficiente como para funcionar como un tema de apertura que desemboca en un final agresivo y contundente.
Continúa Granate, un tema que coquetea con el jazz y remite a los momentos instrumentales de Painful de Yo La Tengo, funcionando casi como un ejercicio de jam psicodélico y noise, conducido por una batería artificiosa. Todos los instrumentos crecen progresivamente, resaltando sus virtudes y texturas sonoras. La sensación es la de un viaje empastillante y psicotrópico que arrastra directo al subconsciente.

Podría catalogarse como netamente instrumental, aun considerando que existe una breve parte narrada. Si bien la canción mantiene una constante, de manera casi imperceptible los instrumentos comienzan a tornarse más punzantes, adentrándose cada vez más en los oídos y, de ahí, al cerebro, anclándose y esclavizando los sentidos. Es una enorme proeza sostener un tema de casi seis minutos y lograr que no solo sea llevadero, sino profundamente hipnótico. Resulta grato que no exista un patrón repetitivo, ya que los detalles se van sumando de forma constante, revitalizando la escucha. Por si fuera poco, aun siendo una pieza destacable por sí sola, funciona también como una transición perfecta hacia la canción siguiente.
Todo lo anterior actúa casi como un preámbulo de ensueño, un deambular por el inconsciente o por la fantasía más deleitable. Sin embargo, llega el momento de despertar, y Luz inerte cumple precisamente el rol de la otra cara de la moneda. Fue uno de los primeros sencillos publicados por la banda y presenta algunos cambios respecto a su versión en el disco. Los coros etéreos que acompañan a la voz principal funcionan eficazmente, otorgándole mayor amplitud y resonancia a lo que se canta. La explosión del coro se siente medida y calculada, casi como recibir el gatillazo de una escopeta. Los riffs, envueltos en una bruma espesa y líquida cargada de pesadez, pronto se ven eclipsados por el estruendo de su clímax. La canción se construye de manera progresiva, encajando cada pieza en su lugar, y termina volviéndose excesivamente adictiva. No solo por su coro pegadizo, sino por todo lo que la rodea: incluso los gritos que aparecen hacia el final decoran la composición y le otorgan una estética misteriosa y desgarradora. Quizá de lo mejor del disco.
Apenas termina, aparece La niebla, con un sonido más cercano al shoegaze y al noise pop. Las guitarras se ralentizan a lo largo de toda la canción sin perder identidad ni caer en la saturación. Sigue una estructura más clásica, con buenos coros, tal vez en menor medida que el tema anterior, pero sin dejar de ser un trabajo sólido. Las guitarras suenan más potentes y claras, mientras la batería envuelve y sostiene lo justo y necesario. Existe un decorado sonoro que resulta agradable y embellece el disco; irónicamente, pese a llamarse “La niebla”, aporta mucha claridad a las ideas y propuestas desarrolladas. Si bien puede encasillarse con mayor facilidad, no resulta aburrida. Quizá peca de ser menos experimental o disruptiva dentro del conjunto del álbum, pero sus detalles la hacen funcionar adecuadamente como una segunda parte del tema anterior.
El tiempo es una flor es una trampa apetecible y bien lograda. Aparenta ser una interrupción frente a todo lo demás, un momento de calma y respiro, y en cierta medida lo es. Con guitarras acústicas desde el inicio, construye una atmósfera melancólica sostenida por una voz ensoñadora y apacible. Con pocos elementos logra atrapar emocionalmente y transmitir la fugacidad del tiempo y de la vida. Sin embargo, no es hasta la mitad del tema cuando se desprende de su piel de oveja y estalla en un estruendo apabullante y emocional. La forma visceral y catártica en la que la canción despliega sus alas la convierte en una experiencia intensa, considerando lo breve que resulta. Ternura, duda, miedo y desenfreno hasta donde se le permite llegar.

Mora es la encargada de cerrar Souvenir, y no resulta exagerado afirmar que se trata del trabajo más ambicioso y mejor logrado del grupo. Con alrededor de trece minutos de duración, es la canción más enfocada en sus objetivos: no se desvía ni pierde el tiempo. Aquí confluyen el space rock, la psicodelia y el shoegaze, impulsados por sintetizadores que aparecen en distintos tramos, guitarras distorsionadas y una arquitectura sonora bien definida. Cada momento funciona como un escenario cuidadosamente dispuesto, evidenciando un control categórico de la instrumentalización y una notable cohesión, especialmente en su parte final, tan distinta y radical.
De este modo, se alcanza un clímax puro, colmado de ruido, frescura y ligereza. Hay choques, estallidos, chispas, velocidad y cada vez más ruido, lo que deja ver no solo la experiencia de la banda, sino también la diversión, el juego, las mañas y el amor devoto por lo que hacen. Lograr que algo de esta magnitud se sienta tan breve y altamente disfrutable solo es posible tras múltiples pruebas y ensayos. Un tema hecho para el pogo en vivo, necesario para dejar la vara alta al final de cada concierto.
Visto en un panorama más amplio, se trata de un disco compuesto por pocos temas que, si bien en un inicio pueden resultar chocantes en ciertos momentos, terminan esclareciéndose y destacando, al menos en todo el apartado instrumental. Quizá los pasajes más tortuosos aparecen cuando intentan simplificarse o ajustarse a una fórmula más convencional, algo que no parece favorecerles. Esto podría deberse a su experiencia previa como banda netamente instrumental; sin embargo, si lograran desprenderse de cierta inseguridad o temor a ir más allá, el proyecto podría brillar aún más. Mora es prueba de ello. Además, existe una marcada sensación de estar frente a un álbum con un espíritu noventero muy presente. Es imposible negar la influencia que carga consigo, la cual se justifica en el resultado dinámico y enérgico que alcanza. El juego de texturas es sublime en casi todos los aspectos.
Una vez más, se evidencian tanto las virtudes como algunas falencias al momento de intentar encajar su estructura y composición dentro de un molde más estándar. A nivel de producción, por ejemplo, en La niebla hay pasajes donde el sonido se percibe más distante: guitarras, bajo e incluso la voz se sienten apagados en comparación con el brillo nítido que dominaba otros momentos del disco, como si los instrumentos dejaran de sentirse orgánicos. Aun así, cuando se posee tanta experiencia, lo más sensato es explotarla hasta sus últimas consecuencias. La banda no debería escatimar en riesgos, pues cuenta con las herramientas necesarias para destruir maravillosamente a través del ruido cuando así lo decide.
Lo alentador es que, en sus presentaciones en vivo, la banda ya viene mostrando señales claras de transformación en sus ideas y futuras propuestas. No cabe duda de que el próximo trabajo que se conozca de Sueño Púrpura será aún más interesante. Solo queda esperar que continúen sumando todas sus ideas sin sombras que entorpezcan el recorrido que desean trazar; incluso, es posible que el proyecto destaque todavía más si se atreve a dejar atrás aquello que parece evitar con tanta insistencia.
Temas favoritos: Granate, Luz inerte y Mora



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