Marco Yanayaco Evangelista | 16.12.2025

Escrito por Marco Yanayaco
Hay situaciones importantes que uno no puede dejar pasar, como ciertos cumpleaños, festividades o tradiciones que quedan para la posteridad.
Cuando me enteré de que Geordie Greep venía a Perú fue algo que me tomó por sorpresa, pues yo ya había conseguido boletos para ir a verlo a Argentina. Aun así, no me importó volver a verlo aquí una segunda vez, porque no hay mejor concierto que el que se toca en “casa”.
Así fue como el 16 de noviembre se llevaría a cabo una de las noches más quiméricas del año, llena de elegancia, diversión y emoción. Poca gente aún lo creía, sino hasta que se abrieron las puertas del CC Leguía: iban a ver nada más y nada menos que a Geordie Greep, o “el emperador chato”, como algunos cariñosamente le gritaban. Un sueño que ni en mis sueños más húmedas hubiera imaginado concretado.
La vida te da sorpresas. Y este no fue solo un concierto más: fue una reunión familiar, un sentimiento de amor unilateral entre los círculos musicales que disfrutamos ver a un artista joven, rabioso e increíble tocar por primera vez en Lima. Pocos artistas llegan aquí en pleno auge de su carrera, y el deseo ardiente de la comunidad por escuchar sangre nueva logró romper la fantasía y volverla realidad. Pero entonces… ¿QUÉ PASÓ ESA NOCHE?

La emoción del público iba en aumento, como las olas de un tsunami. Muchas personas compartían fotos fuera del hotel donde se encontraron con Geordie y le pidieron firmas en discos, también le regalaron una torta de The New Sound (delicioso detalle). Circulaban videos grabados fuera del local, donde se le veía ensayar, y todo ese pasarse la voz, sumado a las redes, generaba aún más expectativa para un concierto que estaba a punto de comenzar.
Al acercarse la hora, se podía notar el cúmulo de personas esperando. Pero no solo eso: la cofradía de Mr. Greep vestía elegantemente de saco y corbata. Esa etiqueta era la norma pactada para recibir un evento que, con seguridad, sería el primero de muchos y un sueño largamente esperado. Pocas veces se ha visto tanto afán y manía al recibir a un artista. Y no era para menos: así como se daban las cosas, el evento estaba a punto de empezar. Mientras esperaba, pude notar que sonaban algunas canciones del último disco de Candelabro, lo cual generaba cierta esperanza de que algún día también vinieran por acá.
Rodeando las 8:00 p. m., la gente empezaba a impacientarse, a reclamar y a corear “¡Greep!” a todo pulmón. El público exigía la aparición del mago en el escenario de una buena vez. La impaciencia iba en aumento hasta que, por algún “error” de producción, se colocó la hora local en toda la pantalla. No fue sino hasta pasados casi 20 minutos cuando, entre gritos, aplausos y el sonido de un motor de motocicleta, el emperador hizo su gran aparición. El choque delirante de tenerlo a escasos metros era una sensación irreal que dominó a todo el público, mayoritariamente joven. Había algo claro cuando todo el elenco estuvo sobre el escenario y comenzó el conteo regresivo de 1, 2, 3…: EL SHOW HA COMENZADO.
Walk Up fue la encargada de iniciar la travesía y romper la monotonía de la sala. Luego del vitoreo a la batería y la guitarra, la gente guardó silencio, esperando a que Geordie empezara a cantar, solo para, llegado el coro, dar rienda suelta a la euforia del baile al son de los bongós, la batería y la pasión contenida que el tema iba desprendiendo.

Geordie acompañaba con el coro: “walk up, walk up to see God!”. Me dejé arrastrar por la marea de gente que saltaba y coreaba la letra, entre una guitarra rabiosa y un piano saturado de efectos que se volvía cada vez más juguetón hacia el final. Así se abrió el concierto. Creo que ni yo ni los presentes terminábamos de concebir que ya no estábamos frente a un video de YouTube o Spotify, sino escuchando la música directa del propio Geordie.
Sin darte chance a respirar, empezó a sonar la samba brasileña. Era más que obvia la canción que seguía: lo tenía palpitando en el cerebro. Terra, uno de esos temas fusión que tanto había amado desde la primera vez que escuché el disco. Que el público coreara “terra, terra, terra…” era un sueño que tuve por muchas noches y que ahora se volvía realidad frente a mí. Era imposible no bailar. No me sentí solo porque, además de mi compañera, centenares de personas, en pareja o junto a desconocidos, se movían al son de esa melodía pegajosa. Escuchar los alaridos lobezcos eufóricos de Geordie en vivo es cosa que no se puede contar, solo gozar en vivo. Pero la canción nunca termina donde debería, sino que nos da una improvisación/jam del tema, ahora con un Geordie a la guitarra, los tambores haciendo toda la bulla posible. ¡Qué remedio! Toca romperse la cintura, agradecer y bailar con ese gran regalo.
Mientras lo vemos afinando y la gente pedía silencio, la guitarra de Geordie soltó los primeros acordes de The New Sound, tema instrumental que fascina por su brillo inconfundible. Es una pieza para escuchar atentamente, y el público lo entendió así. La banda mostró su habilidad jugando con las notas y los sonidos de percusión propios de la música latina. Me resultó grato, y hasta gracioso, ver a un Geordie entregado por completo a lo que ocurría en escena. Quizá fue solo mi impresión, pero al inicio lo noté algo frío, sin embargo, poco a poco empezaron a aparecer sonrisas que irían creciendo con el pasar de los minutos.
Dejando la guitarra y ya completamente libre, Geordie marcó con las manos el compás de la siguiente canción: Through a War. Siempre se me había cruzado por la cabeza: “esta canción se debe bailar en pareja sí o sí”, cosa que no es extraña porque es digna de una salsa endiablada y macabra, no solo por la instrumentalización, sino por la letra tan sazonada de metáforas e intensidad casi morbosa y grotesca sobre los excesos del amor obsesivo. Me cautivó desde el primer momento. No soy alguien que baile, pero si tuviera que hacerlo, sería solo por esta canción. Entre solos largos, pausas dramáticas y locura, el público se dejó llevar, como no podía ser de otra forma. Días como estos se gozan como si fuera la última vez que vieras a un artista en vivo.

Llegó entonces una de las improvisaciones características de sus presentaciones. Esta vez, Geordie aprovechó para tocar algo de blues en su guitarra, acompañado del piano y la batería. La dureza sonora se transformó en una bola de nieve de intensidad y sensualidad hasta que, una vez terminado ese placer efímero, sin sorpresa y sin siquiera haber cerrado el tema anterior, soltó las primeras notas desquiciadas de Blues.
Su forma desenvuelta de cantar, mientras la mano se volvía una araña deslizándose por las cuerdas a velocidad enfermiza, hacía todo más errático y divertido. El público, poseído por una fuerza extraña, se convertía en puro movimiento, en aire caliente empujando en todas direcciones. Yo ya no podía seguir el ritmo: me perdía en un torrente de emoción, un sangrado cerebral, pies rotos, transpiración desbordada. Pero todos continuaban, girando, sacudiendo la cabeza, empujándose hasta que la voz de Geordie se apagaba. Ese siempre fue el final: una jugarreta musical. Pienso que, si no obligas a tu público a seguirte, ¿para qué es todo esto? Había algo en este tema que dominaba, te despojaba de tu libertad y te obligaba a seguir, para quien estuvo ese día, TÚ sabes a lo que me refiero. Para entonces ya estaba casi al centro del escenario y pensé: “de aquí no salgo vivo o consciente para la siguiente”.
Como una lectura de pensamiento diabólica por parte de Geordie y sin pensarlo dos veces, empezó el riff ametrallador de Holy Holy. ¡La gente celebraba mientras cada riff se sentía como el knock out! del mejor peleador mundial de box. ¡No se cómo me mantuve de pie!, pero entre la algarabía y el momento antes del break en donde todos coreaban “AH OH” fue una manifestación de felicidad desenfrenada. Personalmente uno de los mejores temas de la década, con determinación y una historia cómicamente oscura e irónica de la cual podría pasarme hablando horas. La voz de Greep guiaba todo, mientras iba escalando la intensidad, el ritmo, los sonidos se iban alargando y chocaban en todas las paredes del escenario. Ya podía ver que tenía mis zapatos completamente pisoteados y sucios, pero era la señal de haberlos usado como era debido. Esta versión extendida del tema que duró alrededor de 12 minutos fue un deleite audiovisual, solo la magia del mago lograba lo inexplicable, embellecer más los recuerdos de esa noche.
El momento que quizá perdió algo de fuerza fue con Bongo Season. Sentí que parte del público no reconocía la canción y que muchos pensaron que se trataba de un jam, pues esta versión fue muy distinta a otras escuchadas en vivo. Aun así, la gente acompañó con aplausos. Con el tiempo acelerado, los músicos tocaban al máximo, y Geordie lanzaba un solo incendiario.

La jarana brasilera y experimental se armó y obligó todo el despliegue posible de habilidad de los músicos que acompañaron esa noche. Esa forma de ir amalgamando sonidos del bossa nova, tropical y salsa durante toda la improvisación fue soberbio. Quise bailar, aunque ya estaba casi muerto, cuando de pronto, como si vieras que un huracán viene a golpearte la cara, las notas empezaron a volar por los aires. El juego entre la percusión y la gente, esas dinámicas con el público son en las presentaciones en vivo un ritual importante. Todo regresó al caos catártico de Bongo Season, una mezcla de intensidad y felicidad. Miré el reloj: ya había pasado más de una hora y el final se acercaba.
Como no podía ser de otra forma, quedaban solo dos temas. As If Waltz abrió el cierre en un ambiente íntimo, con poca luz y una voz inocente al frente. La canción es profundamente confesional y permite adentrarse en una historia de amor corrosivo, fuera de lo ordinario, envuelta en un entorno hostil.
Aunque todos nos entregamos al mood del desamor que la canción exhala, la banda siguió agregándole sus pequeños detalles sobre todo el piano que tuve más presencia esta vez. Todos abrazándose, alzando las manos y meciéndolas en el aire lentamente, esperando el desenlace maldito de la historia. Incluso cuando el alarido final provocó una leve tos en Geordie, la emoción siguió intacta. El solo final es de lo más clásico de su repertorio: calmado, reflexivo, trágico. Música para un amor espectacularmente inestable que, aun siendo ficticio, logra romperme el corazón.
Con el cabello alborotado y la frente empapada, el cansancio era evidente, pero eso no impidió que nos regalara un bello solo de guitarra, quizá confesando lo bien que lo estaba pasando. Para despedirse por la puerta grande, invocó las notas de The Magician.

Dejando la guitarra, recogió su cabello y cantó frente al micrófono. Mi favorita, sin duda. A medida que avanzaba, algo se iba despidiendo de mí: una pesadez, una mala noche, un mal momento. La música te lleva a otros lugares. El piano robó protagonismo con un solo que citaba Close to the Edge de Yes, trayendo recuerdos de mi amor adolescente por el rock progresivo y la decisión de dedicarme a la música. Geordie escuchaba sonriente, como si también se viera reflejado. Retomó el micrófono y recitó “I know only your name”, mientras todo ascendía en espiral. Casi 25 minutos de final cinematográfico. Muchos no pudieron contener las lágrimas, otros solo intentamos aferrarnos a ese recuerdo.
CONFESIONES
Cuando todo se silenció, los músicos, presentados uno a uno por Greep, se reunieron mientras el público lanzaba rosas. Era la despedida final del tour de “The new sound” y tuvimos el privilegio de que fuera aquí en Perú.
Algunos perdieron zapatillas, otros, como un chico vestido de Waldo, se desmayaron. Otros testimonios que me llegaron decían que fue de los mejores conciertos por todo el recibimiento tan cálido y cariñoso que se le dio a Geordie.
Las improvisaciones también fueron parte elemental de la performance y que esto quedaría para el recuerdo. José, otro chico que me escribo, dijo que convenció incluso a unos amigos de ir con él y que quedó perplejo ante la habilidad del pianista Chicão Montorfano, así mismo de como Bongo season adoptó esa sensación de festival carioca, fue algo trascendental como si flotara.
Por otro lado, Oliver no podía creer que por fin un integrante de la escena Windmill haya venido al Perú, quizá esta sería la puerta que abra a que otras bandas como Fontaines D.C., Black country, new road, Maruja, etc. Puedan venir aquí. Esto de alguna manera da cierta esperanza de poder ver más de lo nuevo que se está cocinando en la música actual.
Robándome la frase que me encantó leer por parte de uno de los fans “fue como magia colectiva que te suspendía en el aire”.
Así mismo una amiga que vivió la experiencia de más cerca al tomar fotos para el concierto contó lo complicado que fue meterse entre todo el público, pero que eso también causó que viviera la experiencia completa. La energía y emoción por momentos se desbordaba y no era para menos.
Será el recuerdo de uno de los mejores conciertos que se han dado aquí. Después de esto quizá las cosas no cambien y si bien uno debe volver a la realidad con los tantos problemas que aquejan este país, uno simplemente regresa a recordar estos momentos con cariño y lo ayudan a escaparse y sobre llevar lo malo.
Espero mucha gente pueda abrirse a seguir escuchando bandas nuevas porque solo así se pueden seguir trayendo más artistas. Me encanta disfrutar de las excentricidades de la música, lo extraño llama mi atención. No me gustaría que todo esto muera tan fácilmente. Ver a uno de los artistas más importantes de estos años, quien ha despertado tanto fanatismo en esta generación, fue el mejor regalo que me pudieron dar como periodista musical. Pero como todo, esta tarea aún no termina, aún hay mucho que hacer.
Fotos de Álvaro Leopoldo Díaz Dávila



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